martes, febrero 20, 2007

Ellos los envenenaron


Por: Guido Proaño A. / Periódico Opción
Quito - Ecuador


Una niña de apenas tres años de edad murió envenenada en el barrio Lucha de los Pobres, en el sur de Quito. Tomó del suelo lo que debió creer pondría fin a su hambre, pero terminó con su vida. Cuántas veces su estómago vació le habrá obligado a hacer lo mismo, pero ahora, ella y sus tres hermanos se toparon con salchichas envenenadas que, según suposiciones, habrían sido preparadas para acabar con perros callejeros.

No transcurrió una semana de este desgarrador episodio y la historia se repite. Esta vez el escenario fue Sayausí, en la provincia del Azuay. Wilmer, también de tres años, encontró un pan con veneno mientras jugaban en la calle y, así como compartía el hambre con sus hermanos, esta vez decidió compartir el pan. Él falleció, sus hermanos pudieron salvarse.

Cuántas historias similares se producirán en muchos lados, sin que podamos conocerlas, seguramente porque se producen en zonas apartadas donde no entran las cámaras de televisión o no hay un hospital para registrarlas. Cuántas muertes de este tipo se producirán sin saber su origen, porque sus padres no pueden explicarse qué ocurrió.

El escaso tiempo y espacio que la prensa otorgó a estas desgracias lo orientaron a encontrar a los responsables: alguna desaprensiva o irresponsable persona, alguna institución que tiene como tarea contrarrestar la presencia de perros por las calles. Ese o esos responsables pasan a segundo plano, porque a esos niños los mató el hambre.

Hambre que acompaña a diario al setenta por ciento de los cuatro millones ochocientos mil niños que viven en extrema pobreza; pobreza que explica la mitad de las muertes de los niños menores de cinco años, que fácilmente se las podría evitar.

En el Ecuador, aproximadamente cuatrocientos treinta mil niños y niñas, entre los cinco a diecisiete años de edad trabajan –y en qué indignantes condiciones-; la desnutrición afecta a un quince por ciento de niños y niñas menores de cinco años, y los programas que reciben apoyo estatal para el desarrollo de la primera infancia únicamente abarcan a poco más del ocho por ciento de los niños y niñas que cumplen con los requisitos; en el ámbito educativo, tres de cada diez niños no completan la educación primaria, y solo cuatro de cada diez adolescentes cubren los diez años de educación básica.

Podríamos llenar el espacio con un sin número de cifras y datos estadísticos que no harán más que confirmar que nuestro pueblo se encuentra atrapado por la pobreza. La inequidad social en el país es enorme, la brecha entre pobres y ricos se amplió durante todos estos años en los que la burguesía apostó al neoliberalismo supuestamente para lograr el desarrollo. Bien sabían que su modelo estaba estructurado y orientado para concentrar la riqueza entre los grupos –locales y foráneos- con capacidad para dominar la vorágine del mercado capitalista; la planificación fue exacta e incorporó el recorte de los presupuestos del área social, llevó a la desocupación de miles de trabajadores, congeló sus salarios y a otros expulsó del país. Durante más de dos décadas envenenaron el país.

Si preguntan quiénes son los responsables de esas muertes, la respuesta es directa: ellos son los responsables… los neoliberales.

Democracia de brazos cruzados

Por: Guido Proaño A. / Periódico Opción
Quito - Ecuador



El sobresalto en la derecha y en los sectores más poderosos de la burguesía es evidente. Algunas de las primeras maniobras políticas jugadas para impedir la realización del proyecto político del gobierno de Rafael Correa han sido desbaratadas por la inmediata respuesta que el movimiento popular ha dado con su presencia en las calles; otras, han sido dilatadas en sus procesos, con la esperanza de que los “ánimos se calmen”, hasta encontrar el momento preciso para dar la estocada.

Los llamados a la paz y la condena a la violencia se vuelven recurrentes; cínico discurso de la derecha que hace poco declaró la guerra al gobierno, por boca del diputado socialcristiano Luis Fernando Torres. Hasta ahora la derecha se ha atrincherado en el Congreso y en el TSE para ejercer la oposición, pero no descarta lanzar a las calles a sectores de masas, aprovechando para ello el justo reclamo por obras incumplidas y necesidades insatisfechas, en provincias y ciudades en las que controlan las administraciones locales.

Pero ahora se asustan por la presencia popular en las calles y la condenan. Hace pocos días, Pablo Ortiz García concluía, en un artículo titulado Dictadura callejera –publicado en diario El Comercio-, que estamos frente a una circunstancia peligrosísima, “puesto que ahora resulta que se gobierna en las calles…” y se lo hace “para la degeneración de un país”. La derecha, acostumbrada a la política del amarre y la componenda, de los pactos ocultos y las negociaciones de trastienda, se topa con un movimiento popular que no está dispuesto a permitir que esto continúe y exige que se de curso al proyecto político por el que votó, que ahora tiene como bandera principal la convocatoria a una consulta popular, para viabilizar la Asamblea Constituyente.

No más democracia de brazos cruzados. No más una caricatura de democracia, en la que el pueblo es sometido a la voluntad de quienes ostentan el poder y el pueblo debe permanecer callado, inmóvil. No más ese símil entre democracia y gobernabilidad, entendida ésta como el clima y escenario adecuados para ejercer el control y la explotación de la burguesía a las clases trabajadoras. Esa democracia que pone límite al protagonismo de las masas debe ser superada, para instaurar una en la que los pueblos ejerzan acción directa en todos los aspectos de la vida del país. Mientras esa no se institucionalice, el pueblo debe crearla e instaurarla en los hechos.

Los más trascendentes cambios producidos en el país han surgido de la mano de la acción de los pueblos en los campos y calles. No solo hay que referirse a los movimientos en los que todos coincidimos que así ocurrió, como el emblemático10 de agosto de 1809, la denominada revolución de los estancos, o la revolución alfarista de 1895. Hay muchos acontecimientos en la historia ocultados, deformados o minimizados para desvalorar la participación directa de los pueblos en ellos. Mayo de 1944, que puso fin a un dictadorzuelo que se apoyaba en el orden impuesto por los carabineros, es un ejemplo; pero los movimientos populares que se encuentran más frescos en la memoria son aquellos que tumbaron a Bucaram, Mahuad y Gutiérrez.

Por supuesto que no todos ellos produjeron quiebres en procesos políticos, pero sí resintieron la estructura existente; así como hay –y muchos- aquellos en los que se rindieron cuentas entre una u otra facción oligárquica o burguesa. Pero sin la acción directa de las masas, no sería posible hablar de hitos en la historia del Ecuador. La movilización social que va tomando cuerpo cada día en el país, bien puede ser un punto que marque el inicio de un período cualitativamente distinto en la participación política del pueblo ecuatoriano.