jueves, noviembre 27, 2008

Estados Unidos: Cambia un presidente, pero no la esencia de la política


Por: Guido Proaño A. / Opción


El titular de este artículo –que no debe ser asumida como absoluto- resume lo acontecido en los Estados Unidos con la elección de Barack Obama como presidente y, sin duda, contradice a la mayoría de análisis que al respecto se han escuchado o leído en estos días. No pocos consideran que con Obama se abrirá una nueva etapa en la política interna e internacional de los Estados Unidos, que se caracterizará por una apertura democrática y la ruptura de la línea de conducta impuesta por George Bush desde la Casa Blanca.

Bush y los republicanos terminan su gestión en medio de una crisis económica y política sin precedentes en la historia reciente del imperialismo estadounidense. Confluyen la crisis financiera (que sobrepasa sus fronteras para atrapar a la economía mundial) y el repudio de los pueblos del mundo a la política guerrerista, sentimiento que recorre también al interior de los mismos Estados Unidos.

El pueblo norteamericano responsabiliza a Bush por la eclosión de la crisis económica y sus efectos, y tiene razón debido a que la intención del Departamento del Tesoro de enfrentar la crisis del 2001– 2003 bajando las tasas de interés, no hizo otra cosa que crear las condiciones para que la actual crisis tenga las manifestaciones que estamos presenciando y los efectos que están por venir. Los resultados del intervencionismo militar yanqui en Afganistán e Irak, que recuerda a los norteamericanos las derrotas militares sufridas en Vietnam y revivió el movimiento anti guerra en el corazón del imperialismo, también pesó a la hora de votar en contra de Bush.

En un sentido puede afirmarse que los estadounidenses votaron por el cambio, no en los términos del cambio social como estamos acostumbrados los ecuatorianos a entenderlo cuando hacemos referencia a un proceso de esta índole; buscaron cambiar una política que ha creado gravísimos problemas a la economía del país y a la de las familias de millones de norteamericanos, y a una política que ha incrementado el desprestigio internacional de los Estados Unidos.

En tales circunstancias y partiendo desde los intereses del Estado imperialista, el arribo de Obama a la Casa Blanca es lo mejor que podía ocurrirles. Frente a la imagen osca de Bush surge el perfil fresco y suavizado de Obama, lo que da margen para que algunos crean que, en realidad, en los Estados Unidos se ha producido un cambio significativo. En realidad los cambios serán formales, y nada más.

Pero los hechos denuncian la naturaleza de los fenómenos. Obama continuará con la política belicista; no solo piensa mantener las actuales tropas de ocupación en Afganistán, sino que habla de reforzarlas; no está en sus planes la pronta salida del ejército yanqui de Irak; y, lo que es más, ha amenazado con intervenir en Pakistán e Irán.

Se observan expectativas en algunos sectores en el sentido de que con el nuevo presidente los Estados Unidos cambiarían positivamente el tratamiento hacia América Latina. Sin embargo, en cuanto a Cuba la línea será la misma, ha dicho que pondría fin al embargo a condición de que se lleve adelante un proceso de “democratización” en la isla. ¿Quién habla? ¿Obama o Bush?

Mal hacen algunos gobiernos democráticos de la región en saludar esa elección y mostrar esperanzas que las relaciones político diplomáticas puedan mejorar. Al menos, de nuestra parte, en este caso entendemos como mejora el respeto del imperialismo yanqui al derecho de los pueblos a la autodeterminación, el cese a su política de abierta y sigilosa intervención en los asuntos internos de los países y los gobierno, etc. lo que evidentemente no se producirá. Creer lo contrario equivale a pensar que con Obama el imperialismo dejaría de ser rapaz y agresivo.

Barack Obama tiene el mandato del pueblo estadounidense, pero por sobre él están los nexos con e intereses de los grupos monopólicos. Bush se identificó con las transnacionales petroleras y con el complejo militar; Obama ha mostrado su primera preocupación por salvar a los monopolios de la industria automotriz. En cualquier estado capitalista imperialista quien mando no es el presidente, sino los grandes grupos monopólicos.