Por Guido Proaño
A.
Detrás de la pelea
entre Lenín Moreno y Rafael Correa, matizada por insultos y calificativos como traidor
y corrupto –que no dejan de ser cierto en los dos casos–, se esconden muchos
aspectos que evidencian que su semejanza y cercanía política es mayor que sus
desavenencias.
Correa, agazapado
en Bélgica, intenta articular un
discurso de oposición al gobierno desde supuestas posiciones de izquierda,
aprovechando que Moreno en el plano económico adopta medidas que favorecen a
los grandes empresarios y a los capitales internacionales, como se establece en
la Ley de Fomento Productivo, y afectan a los hogares ecuatorianos, como con la
anunciada elevación de los combustibles que, a más del golpe que esa sola
medida provoca, trae consigo un gran efecto inflacionario.
Eso y los
acercamientos con el Fondo Monetario
Internacional, con el gobierno de los Estados Unidos, los esfuerzos por
avanzar en negociaciones de tratados de libre comercio (iniciadas por su
antecesor, Rafael Correa), la desesperada búsqueda de préstamos e inversiones
extranjeras, los anuncios de privatizaciones de empresas estatales, la
presencia en su gabinete ministerial de personajes directamente vinculados con poderosos
grupos económicos ha motivado –y con sobra de razones– las críticas de
distintos sectores que identifican en su gestión el reverdecimiento del neoliberalismo.
A Moreno le
incomoda esa etiqueta y en su reciente visita a España optó por autocalificarse
como “progresista moderno”. Busca
ubicarse en una tercera posición, distanciado de los gobiernos tipo Macri,
Temer o Piñera, pero también de los llamados “progresistas” Maduro o Morales.
Hace algunos
meses, para que no quede duda de la naturaleza de su pensamiento económico
y político, en una reunión –también con empresarios– habló de la “cuadratura del socialismo del siglo pasado”,
uniéndose así a la campaña que en todo momento y en todo lado las fuerzas del
capital lanzan en contra del socialismo marxista. Exactamente, Moreno llamó a
“abandonar la cuadratura del socialismo del siglo pasado y emprender un nuevo socialismo, moderno, incluyente”. El
“progresismo moderno” que lo acaba de inaugurar, según su definición, contiene
como ejes fundamentales la política a favor de los más necesitados, la
transparencia, la lucha contra la corrupción y la apertura económica. En la reciente convención de Alianza PAIS
también se establecieron esos parámetros para su definición ideológico-política.
No es posible
encontrar diferencia de fondo entre esos ejes planteados por Moreno con el
contenido de las propuestas levantadas por cualquier gobierno liberal, neoliberal,
de derecha. Rafael Correa y Alianza PAIS hablaban el mismo lenguaje respecto de
lo que era la denominada “revolución ciudadana”, claro que Moreno va más atrás
porque se atreve a plantear el objetivo de la “apertura económica”, que si bien
no formó parte fundamental del discurso de Correa, sin embargo la ejecutó muy
bien, particularmente en relación a las inversiones chinas y en los ámbitos
minero, petrolero, eléctrico, servicios.
La desfiguración conceptual que Moreno y
Correa realizan del socialismo es absoluta, y tiene como propósito
desnaturalizar la esencia de lo que éste es en realidad; pero más graves son
los daños que la ejecución de su política provoca, porque sus resultados están
sirviendo como insumo en el discurso de
la derecha para demostrar un supuesto “fracaso del socialismo” y, más aún,
han provocado también confusión en los sectores populares y hasta un rechazo a
lo que consideran ha sido una experiencia socialista que ha dejado como secuela
una época de escandalosa corrupción, restricción de las libertades
democráticas, centenares de luchadores y activistas sociales enjuiciados y
encarcelados, una burguesía más fortalecida, un país en crisis y con niveles
más altos de dependencia externa.
Una revolución para el capital
Lo estratégico –por
las proyecciones económicas, políticas y sociales- que cumplió la “revolución
ciudadana” del ex presidente Correa fue: el
fortalecimiento de la institucionalidad burguesa, que implica también el
fortalecimiento de los mecanismos e instrumentos coercitivos del Estado
capitalista; la implementación de políticas que permitieron, en cierto sentido,
la modernización capitalista del país
y, sobre todo, garantizar niveles más
altos de extracción de plusvalía y de utilidades a los grandes empresarios
y banqueros.
La contraparte del
discurso de la “revolución ciudadana” respecto de los “avances en equidad
social” está en la realidad del país. Hace poco más de un año, se publicó
una investigación que lleva por título “Los
grupos monopólicos en el Ecuador”, realizada por Carlos
Pástor Pazmiño. Allí se sostiene que el período 2007–2014 coincide con el mayor crecimiento económico
registrado desde los años setenta de las empresas más grandes del país, mismas
que son parte de grupos económicos que se han ido formando desde hace ya varias
décadas.
Las estadísticas del Sistema de Rentas
Internas, SRI, muestran que los grupos
económicos en Ecuador presentan un crecimiento exponencial, según un
artículo publicado en octubre del año pasado en la Revista
Líderes. La información obtenida hasta el 2017 habla de 215 grupos
económicos (el año 2006 operaban 62), y uno de los elementos que permitió su
desarrollo fue el incremento del gasto público estatal, lo que confirma la utilización que la burguesía hace
del Estado para la acumulación capitalista, aún cuando demanda menor gasto
público. Lenín Moreno ahora tiene planteado alimentar a esos mismos sectores a
través de la privatización de las empresas estatales que las considera
ineficientes.
Los 62 grupos económicos tuvieron USD
17.083 millones por ventas en el 2010, equivalente al 36,5% del PIB; en el
2015, los 200 grupos económicos ya existentes alcanzaron ingresos por USD
57.475 millones, que representan el 57,4% del PIB. El año 2016 su carga
tributaria promedio fue del 2,29%, según el SRI, mientras la presión fiscal del
Ecuador, en el 2015, alcanzó el 21,7%, es decir, lo correspondiente al pago de
tributos que pagan todos los habitantes en relación al PIB.
Todo esto muestra que el nivel de
concentración y centralización del capital en el país es mayor a épocas
anteriores, en otras palabras, se ja producido un fortalecimiento del poder de
la gran burguesía, intermediaria de capitales extranjeros.
El
grupo de Álvaro Noboa Pontón –al que supuestamente combatió Correa– mantiene
la posición más alta, con 72 empresas (2015). Le siguen los grupos: Pichincha, Eljuri
(mimado del correísmo), Nobis (que tuvo su propia representante en el gabinete
de Correa), Wrigth, Czarninsky, Pronaca.
La misma investigación de Pástor
establece el aparecimiento de nuevos
grupos, como Holcim (Suiza), que opera en el Ecuador desde 2004, pero a
partir del 2007 su crecimiento es notable. “En el 2011 llegó a ocupar el puesto
número 13 en el ranking de las empresas más grandes del país. En el 2013 llegó
al puesto seis y desde el 2014 hasta hoy se mantiene como la cuarta empresa de
mayores utilidades en el país”.
La información al respecto ahora ya es relativamente
abundante y recomendamos su lectura, para entender cómo la denominada “revolución
ciudadana” no fue más que un proyecto al servicio de la gran burguesía, que
en el plano político permitió a ésta superar el bache de la ingobernabilidad y
en lo económico afirmar su dominación de clase y obtener utilidades superiores
a las logradas en los precedentes gobiernos neoliberales, como demuestran las
cifras oficiales del gobierno pasado y lo sostuvo el mismo Rafael Correa.
Estos poderosos grupos económicos
continúan beneficiándose de la política gubernamental. El programa económico de Moreno contempla medidas como la reducción y
exoneración de tributos a los grandes empresarios y al capital extranjero en
determinadas condiciones y el perdón (remisión le denominan) de una parte de
las deudas de la burguesía morosa. Según
el SRI, más de cuatro mil seiscientos
millones de dólares adeudan al Estado 495 empresas, fenómeno que viene
desde años atrás.
Se podría hablar de temas como
endeudamiento externo, búsqueda de acuerdos de libre comercio, emisión de bonos
del Estado y encontraremos similitudes entre Moreno y Correa. Hay matices por
supuesto, que no pueden perderse de vista, y también aspectos en los que Moreno
ha marcado diferencias, sobre todo obligado por las circunstancias políticas
del país, en las que la mejor carta de presentación es mostrarse en el bando
contrario de Correa quien, ahora, carga con cerca del 80% de rechazo en la
población.
Revolución ciudadana, socialismo del
siglo XXI, nuevo socialismo democrático, progresismo moderno son malabarismos verbales con los que uno y otro
intentan continuar jugando en el andarivel político de la izquierda, aunque sus
definiciones ideológico-políticas están fuera de ella y sus realizaciones se
hallan al servicio del gran capital.
No son nuevos esos
esfuerzos que buscan posicionarse como alternativa
“intermedia” frente a corrientes económico-políticas que aparecen como
polos opuestos. Eso intenta Moreno con su “progresismo moderno”: una tercera vía
entre el neoliberalismo y los denominados gobiernos “progresistas”. Así
operaron las propuestas del socialismo del siglo XXI, del bolivarianismo, del
socialismo andino cuando irrumpieron como opción ante el neoliberalismo y el
socialismo marxista; así actuó la socialdemocracia para mostrarse como el punto
intermedio entre el liberalismo y el socialismo marxista leninista que ganaba
adhesión mundial por los éxitos alcanzados en la ex URSS durante las primeras
décadas de revolución. La historia nos muestra que todas esas propuestas de “tercera
vía” tienen algo en común: su oposición al socialismo marxista y su nacimiento en
los mismos cenáculos de los círculos de poder.
Esas corrientes supuestamente
de “izquierda”, “progresistas”, “innovadoras” hacen un grave daño al movimiento
popular y a las fuerzas de izquierda –por la confusión política que provocan en el movimiento popular– y
benefician exclusivamente a los grupos de poder. Correa y Moreno cumplen esa labor diversionista en tanto expresión
política de una u otra facción burguesa. Cuando se plantea la confrontación
a esos sectores, sea en el terreno de la lucha política o del debate de sus
ideas, se expresa el combate a propuestas políticas de contenido burgués y no
se trata de discrepancias al interior de la izquierda, como aparentemente puede
aparecer y muchos quieren mostrarlo.
La contradicción económico-política no se
encuentra entre los puntos referenciales sugeridos por quienes juegan a la “tercera
vía”. La contradicción real y definitoria está entre las fuerzas económico-políticas que, con
sus respectivas variantes, defienden y procurar mantener la dominación
capitalista; y, quienes pugnan por poner fin a este sistema con una auténtica
revolución social. La contradicción es capitalismo o socialismo.