Editorial del semanario En Marcha, edición 1341.
Ahora muy pocos se alarman con lo que pasa con la Policía Nacional, los actos de corrupción en su interior o en los que están comprometidos sus integrantes son tan frecuentes que poco a poco se convierten en lugar común. La socorrida frase “se trata de un caso aislado”, a la que acuden los jefes policiales cuando salta un nuevo escándalo ya no convence. Las supuestas excepciones son la regla.
Los más recientes escándalos tienen que ver con la desaparición de tres cientos mil dólares que se encontraban bajo su custodia en Machala, de lo poco que se pudo recuperar del fraude propiciado por el desparecido notario José Cabrera. En aquel suceso ya se observó cómo oficiales y tropa de la Policía y el Ejército se apropiaban del dinero, mientras otros utilizaban aviones de la FFAA para recuperar sus “inversiones”.
Ahora se ha descubierto la participación de miembros de la Policía en el intento de liberar –vestido con uniforme policial- a un narcotraficante que cumple una pena de treinta y cinco años de cárcel en Quito. La participación de policías en bandas de traficantes de droga o de extorsionadores, o “simplemente” de uniformados que disparan a matar cuando un civil no accede a sus chantajes, son muchos de los otros casos de corrupción que evidencian la degeneración, la crisis de la Policía. Por supuesto, en la mayoría de estos sucesos, su cúpula encuentra chivos expiatorios para salvar su responsabilidad.
La podredumbre que se observa en dicha institución no es mayor ni menor a lo que ocurre en otras. Magistrados dedicados al chantaje o a negociar sentencias; diputados que reciben al hombre del maletín para aprobar leyes antipopulares; vocales en el TSE que reciben sumas millonarias para cambiar sus votos; ministros que obtienen jugosas utilidades en la suscripción de contratos con empresas extranjeras; curas pedófilos, atracadores de los fondo públicos, en fin… la lista es larga y demuestra que la corrupción está presente en toda la institucionalidad burguesa.
Esto que está ocurriendo no es más que la expresión viva de la crisis del sistema capitalista, de un sistema que tiene en sus raíces la corrupción. No es casual que esta se presente en todo el mundo, y sean los altos funcionarios gubernamentales quienes se encuentren comprometidos con actos dolosos en todo lado, aprovechando sus funciones para beneficiar a sus empresas o para enriquecerse personalmente.
La burguesía siempre ha perseguido y perseguirá el enriquecimiento; no le importa su vía o mecanismos. Nuestro pueblo dice con sencillez y experiencia que “el que más tiene, más quiere”. Un ejemplo es Álvaro Noboa; no le son suficientes sus ciento diez empresas, ahora quiere comprar el país para aprovecharse de sus riquezas, para festinar los recursos naturales que pertenecen a todo el pueblo. Creer que porque es rico no va a robar no solo es una burda ilusión sino una gran mentira promovida desde los círculos del magnate bananero. Su riqueza está sustentada en la explotación, en la violencia ejercida sobre sus trabajadores, en el robo a uno de sus propios hermanos. Noboa es corrupto, como lo es la institucionalidad de este sistema.