Las corrientes políticas más reaccionarias se han apoyado y se apoyan en ella en todas partes. El nazifascismo la utilizó en contra de los comunistas y judíos, Bush lo hace ahora en contra de los pueblos árabes. Históricamente esta práctica ha estado presente en la política interna e internacional del imperialismo norteamericano desde la guerra de exterminio a los pueblos indios durante la colonización, en los momentos del mayor y abierto racismo oficializado estatalmente, en las distintas operaciones de intervencionismo político y militar sobre los pueblos. La política que en los años 50 y 60 del siglo pasado la aplicaron fue conocida como el macartismo, y tenía como blanco y propósito terminar con los comunistas. Pero no solo éstos fueron reprimidos, también se golpeó a cuanto demócrata mostraba su discrepancia u oposición a la conducta del gobierno de los Estados Unidos, acusándolos de ser agentes del comunismo internacional.
El caso de Irak, que por ser reciente, es ampliamente conocido. Los EEUU pusieron todos los medios de comunicación a su alcance, así como la acción de sus gobiernos "amigos", para convencer el riesgo que para la humanidad significaba la presencia de Sadan Hussein en dicha república árabe. Si Hussein permanecía como jefe del Estado iraquí –se decía- en cualquier momento haría uso de su arsenal de armas químicas, provocando un holocausto indescriptible. Sadan se convirtió en denomio, en el peligro número uno del planeta y, por lo tanto, cualquier acción para sacarlo del paso era justificable. Los gringos invadieron Irak, llevan cuatro años allí y … aún no han podido mostrar al mundo las armas de destrucción masiva. Bush y su banda ganaron una batalla política internacional, lograron que en los cinco continentes se asuma como cierto lo que ellos querían que se piense. Por cierto, en el plano militar no están alcanzando los mismos resultados.
Demonios que rondan el país
Aquella práctica no es extraña al quehacer político ecuatoriano, ha sido utilizada en contra de la izquierda revolucionaria, de organizaciones populares diversas, particularmente aquellas en las que sus dirigentes se identifican con posiciones contrarias a los intereses de los círculos de poder.
Aquí desde hace años opera una campaña ideológico-política concebida desde un centro de poder, para convencer que en la sociedad ecuatoriana actúan unas fuerzas del mal, de las que hay que apartarse y a las que se debe eliminar. Los demonizados, entre otros, son el MPD, la UNE, la FEUE, la FESE, el movimiento indígena y ahora el gobierno de Rafael Correa.
Tan sistemática y constante es esta campaña que algunos sectores de la población, por ejemplo, asumen como cierto todo aquello que se lanza en contra del MPD. Particularmente se carga sobre él la responsabilidad de los graves problemas que enfrenta la educación pública del país, o que donde hay un brote de violencia es de suponer que aquel se encuentra presente. La derecha ha demonizado a esta organización de izquierda.
¿De dónde surgieron esas aseveraciones que la mayoría de los medios de comunicación repiten con insistencia? ¿Cuánto de eso es cierto? ¿Quiénes, y en base a qué conocimiento o razones, promovieron inicialmente esos puntos de vista y quiénes lo hacen ahora? Son preguntas que, con seguridad, la mayoría quienes escuchan tales acusaciones no han reflexionado con detenimiento para admitirlas como ciertas o falsas.
No es coincidente que los sectores "demonizados" en el país sean organizaciones de izquierda revolucionaria o que en su interior estas fuerzas tengan una fuerte presencia o incidencia. La izquierda tiene como objetivo político general transformar la sociedad, poner fin al actual sistema de explotación, acabar con los privilegios de las clases dominantes, romper la dependencia extranjera. Su triunfo implica un demoledor golpe a los intereses de las clases dominantes y del imperialismo, lo que explica la campaña de estos últimos contra aquellas organizaciones.
¿Ha sido demostrada la responsabilidad del MPD en la crisis de la educación? No. Sin embargo muchos la asumen como cierta e inclusive, irreflexivamente, difunden tales acusaciones.
La burguesía ecuatoriana, en este aspecto, ha obtenido una victoria política, porque ha logrado que muchos sectores piensen como ella quiere que lo hagan. En su momento convencieron respecto de la obesidad del Estado para justificar las privatizaciones; en otra ocasión hablaron mucho del sindicalismo dorado para justificar la arremetida contra todas las organizaciones sindicales; bombardearon con propaganda que hablaba del riesgo de la infiltración guerrillera por la frontera norte para justificar la participación en el Plan Colombia. Se podrían enumerar muchísimos casos comos esos que demostrarían la aplicación de una guerra psicológica de la izquierda revolucionaria, el movimiento popular y los propios pueblos son víctimas.
Que la burguesía y el imperialismo actúen así es justificable, porque sienten el peligro que para ellos significa el desarrollo, el crecimiento de la izquierda y el avance de la organización popular. Pero ¿cómo explicarse que sectores que profesan posiciones democráticas y progresistas se hagan eco de dicha retórica? Eso muestra la magnitud y peso de la ofensiva ideológica burguesa, en unos casos, en otros, el sectarismo es mayor al horizonte que se abre en la perspectiva política de los pueblos del Ecuador.