Edición 1422
La derecha calla. Tras los resultados del referéndum del 28 de septiembre, los principales exponentes políticos de la derecha prácticamente han enmudecido, a excepción del alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, quien no ha perdido oportunidad para tratar de explicar los magros resultados obtenidos por el No en el puerto principal, e insistir que allí “no se cambiará el modelo vigente” y que el resto del país tiene la obligación de respetar el pronunciamiento de los habitantes de dicha ciudad, trasluciendo el sentimiento autónomo-separatista de la oligarquía guayaquileña.
Sociedad Patriótica de los hermanos Gutiérrez, el Prian, la Democracia Cristiana, la RED de León Roldós guardan silencio mientras rumian el efecto de la derrota política. Son lo grandes medios de comunicación los que continúan el cuestionamiento a la efectividad de la Constitución aprobada y publican análisis que procuran minimizar la trascendencia de la victoria política conquistada por el pueblo el pasado 28 de septiembre.
Lo señalado en las primeras líneas no puede ser interpretado como una aceptación de la derecha a la nueva realidad que el país se apresta a vivir. La Constitución aprobada tiene elementos que afectan intereses económicos y políticos de los más poderosos grupos oligárquicos, y estos van a hacer todo lo posible para revertir la situación, para impedir que los cambios planteados se ejecuten a plenitud o “demostrar” la inaplicabilidad de ciertos preceptos constitucionales. Todo para convencer que tenían razón al oponerse a la nueva Constitución y que es mejor mantenerse bajo la férula del dogma neoliberal.
La reafirmación de la tendencia democrática, progresista y de izquierda como la principal fuerza política del país y su cuarta victoria política electoral consecutiva sobre la derecha no significa la rendición de esta última, ni nada por el estilo. El Ecuador es escenario de una aguda confrontación política y de clases que día a día sube de tono, y seguirá así no solo por el afán de los trabajadores y los pueblos del Ecuador por profundizar los cambios, sino también por la respuesta de la derecha y el imperialismo para impedir que esto suceda.
Difícilmente podemos prever todo lo que la burguesía hará, pero es un hecho que radicalizará su política de oposición. Hay, en la arena internacional, comportamientos afines que muestran cómo las clases dominantes articulan proyectos para subvertir los procesos políticos progresistas, como ocurre en Bolivia y Venezuela, en donde la burguesía y el imperialismo acuden al autonomismo provincial o departamental y a la acción de los sectores pequeño burgueses altos. No sería raro que aquí se apele a lo mismo, aunque el triunfo del Sí en todos los cantones del Guayas, salvo en Guayaquil, dificulta esta añeja aspiración de la oligarquía guayaquileña.
La aprobación de la nueva Constitución, como señalábamos en otra oportunidad, no es en sí el cambio esperado, es apenas un instrumento que puede permitir que algunas cosas cambien en el país, pero eso dependerá de la fuerza que el movimiento popular tenga para hacerlas realidad, sobrepasando las barreras que el enemigo ponga en el camino.