Elaine Tavares *
Adital - Resulta que el 10 de agosto, un domingo, Bolivia vivirá una hora histórica, momento inédito, nunca antes vivido. El presidente del país, Evo Morales, el vice, Álvaro Linera, y otros ocho prefectos (gobernadores provinciales) se someterán a la decisión popular otra vez, dentro de un mismo mandato. Son las gentes que van a decidir se ellos siguen gobernando o no, en un referendo revocatorio convocado por el partido del propio presidente. Para un país que ha registrado en la historia decenas y decenas de golpes, rebeliones, revueltas y dictaduras, esta es una novedad radical. Así, aquello que podría ser el gran triunfo de la derecha racista de Santa Cruz, acabó tornándose contra ella. Evo Morales, en medio de una serie de violencias y faltas de respeto a la Constitución, prefirió dejar en manos del pueblo el destino de la nación. Una decisión arriesgada, es cierto, pero definitiva. Son los bolivianos, en su totalidad, que tomarán en sus manos el propio destino. Por primera vez, no será la misma vieja élite blanca y agraria quien decidirá por todos. ¿O sí?
Una historia de opresión
La historia de Bolivia está vísceralmente ligada a la historia de la conquista, tal cual la de los demás países de este inmenso continente. Con un pasado autóctono y la posesión colectiva de la tierra, el pueblo de la región vio solapado todo su modo de vida con la invasión española en el siglo XVI. En todos lados, la lógica de la colonización fue someter a los pueblos originarios, apropiarse de la tierra, imponerles una cultura alienígena y transformarlos en seres dóciles a los objetivos de dominio. Ese fue un hecho político de extrema importancia que, conforme dice Mariátegui, cambió el cimiento de la vida de los pueblos que aquí vivían. Toda la propuesta colonial, basada en la concentración de la tierra, no fue capaz de ser disuelta ni mismo en las guerras de independencia, en el siglo XIX. A pesar de todo el esfuerzo de Simón Bolívar para incorporar a los sectores marginados de la vida latinoamericana, como los campesinos pobres y los originarios, su propuesta fue derrotada y, al final del proceso de independencia lo que se vio fue una América balcanizada, lejos de corresponder a los ideales de unidad y soberanía propuestos en el Congreso Anfictiónico de Panamá, en 1826.
La victoria del grupo vinculado a la aristocracia agraria no alteró la estructura de la vida colonial. El poder cambió de manos, pero siguió con la misma clase. Salió de la corona portuguesa y pasó a la de los grandes propietarios de tierra, blancos y ricos. La independencia no destruyó el feudo, el latifundio. Con eso, quien tiene tierra tiene el mando y las riquezas. Es en ese sentido que José Carlos Mariátegui no logra ver en la cuestión indígena apenas un problema racial. Él insiste que, a despecho de haber racismo, lo que también necesita ser superado es el sistema económico que concentra la tierra y la riqueza en manos de unos pocos, o sea, la misma vieja lógica colonial. Este análisis, hecho en la década del 30, sigue siendo muy válido en los días de hoy, cuando se observan los sucesos en Bolivia. La media - como siempre aliada a los poderosos - se ha esmerado en mostrar los conflictos como una cuestión racial entre blancos e indios, olvidándose de mostrar lo que se expresa por detrás de esa apariencia.
Las raíces más próximas
La actual crisis que vive el gobierno de Evo Morales tiene su origen en esta historia de invasión, dominio y colonialismo. Y lo que está en discusión, mucho más que el ancestral sentimiento superioridad de los blancos invasores, es la posesión de la tierra, la forma de organizar la vida y las nuevas directrices económicas, dinamizadas a partir de la elección de un aymara como presidente de la nación. Desde la colonia que media docena de familias mantienen el control de las riquezas en Bolivia. Primero rapiñaron la plata, teniendo como socios a los aparceros extranjeros. Después fue el estaño, siguiendo la misma yunta: aristocracia boliviana y multinacionales. Durante estos 500 años toda la riqueza fue de Bolivia hacia los bolsillos de algunos "insignes empresarios nacionales" o para otros países. La gran mayoría, destacadamente originaria, siguió bajo el dominio de esta política de "latifundistas". Así, un pueblo que era eminentemente agrario, y con una lógica comunitarista, de propiedad colectiva de la tierra, pasó a ser esclavo de las minas, viendo su cultura y su forma de vida destruida de forma violenta y abrupta. Pero es bueno que se diga, todo este proceso de desmantelamiento de la vida no se dio de forma pacífica. Incontables son las revueltas, rebeliones y revoluciones organizadas por el pueblo boliviano. Todas derrotadas, de hecho. Pero allí, en aquellas tierras, los pueblos originarios nunca dejaron de luchar.
El pasado reciente que acabó expresándose en la elección de Evo Morales, produjo movimientos de revuelta y rebelión, siempre dentro de la misma temática: la reacción de las gentes frente al dominio de una aristocracia agraria y al robo de las riquezas del país. No fue en vano que los movimientos populares derribaron un presidente que hablaba con tonito gringo y exigieron el llamado a una nueva constituyente para celebrar la refundación del país. Gigantescas protestas fueron hechas en los años 200, 2002, 2003 y 2004. El pueblo boliviano quería la nacionalización de las minas y de los hidrocarburos, además de una nueva ley magna que representase a todas las voces y no sólo a la de los ricachos latifundistas de siempre.
Evo y los cambios
Y fue a partir de estas palabras de orden que exigieron la recuperación de Bolivia para los bolivianos que un sindicalista campesino aymara, aliado a una parte de la pequeña burguesía nacional, logró vencer las elecciones. Tenía como propuesta esas demandas populares, además de la promesa de discutir al autonomía de las comunidades originarias dentro de la nación, garantizándoles, inclusive, la propiedad de la tierra y de las riquezas subterráneas. Y ese, sin duda, es uno de los puntos detonantes del movimiento separatista iniciado por la aristocracia blanca de Santa Cruz de la Sierra. A los siempre eternos dueños de la tierra boliviana les resultó inaceptable dividir con los originarios la posesión de la tierra, disputando así, finalmente, en igualdad de condiciones, otra forma de organizar la vida. Incapaces de entregar el poder, que juzgan divino, sobre la posesión de la tierra y de las riquezas, no les restó sino la propuesta de la creación de otro país, en el cual ellos no tuviesen que dividir nada con nadie que no sean sus viejos socios depredadores.
Evo Morales, una vez elegido, llevó a cabo las promesas hechas al pueblo. Nacionalizó los hidrocarburos, nacionalizó las minas y convocó a una Asamblea Nacional Constituyente. Esta cámara también logró representar a las gentes que durante 500 años habían quedado fuera del proceso decisorio. Y eso acabó generando el pavor de los latifundistas y en sus socios extranjeras. Con mayoría en la Asamblea, el pueblo boliviano le iría a dar una cara mucho más plural al país y podría, inclusive, garantizar, la refundación de una nueva Bolivia, popular, democrática y plurinacional.
El sobrevuelo del águila
Otro factor que no puede ser olvidado, dentro de la llamada crisis boliviana, y el papel de Estados Unidos y de las multinacionales. Durante décadas el país estuvo involucrado económica y políticamente a los intereses estadounidenses, siendo la embajada de Estados Unidos el verdadero centro de poder, según los documentos que son rebelados ahora por el actual gobierno. Así, para el capital estadounidense, que sus socios pierdan el control de las riquezas significa pérdidas monumentales. Entonces, el contraataque no se hizo esperar.
El primero de ellos se dio en el interior de la Constituyente. La minoría, representante de la oligarquía rural, logró obstruir el trabajo por meses, creando conflictos, violencias y garantizó algunos logros. Y el segundo es el fomento de las divergencias raciales, práctica muy conocida de los agentes de la CIA en todo el mundo, para mantener los pueblos divididos. No es sin de razón que los separatistas de Santa Cruz tienen como asesor al embajador gringo Phil s. Golberg, conocido por trabajar en Kosovo durante el proceso que redundó en la fragmentación de la ex Yugoslavia. Fue a partir de eso que iniciaron la propuesta de los referendos para aprobar la separación de Bolivia, infringiendo, inclusive, la ley. Y, con los referendos ilegales, aprovecharon para traer también la violencia, la mentira, el racismo, ingredientes indispensables en un proceso de destrucción de un proyecto que para ellos es demasiado peligroso.
La participación de Estados Unidos en el aniquilamiento de proyectos populares de las naciones latinoamericanas no es novedad para nadie. La política de división tiene su origen en la Doctrina Monroe, enunciada por el presidente estadounidense James Monroe, en 1823, que se hizo conocida como "América para los americanos", y aquí, América está entendida como los Estados Unidos. En esa época, esta doctrina apareció como una advertencia para Europa, afirmando que los Estados Unidos no tolerarían ninguna intervención u ocupación europea en el continente americano. En la práctica, fue el inicio de un tiempo imperial, que le dio a Estados Unidos el poder de encumbrarse como el "Tío Sam", o sea, hermano de las naciones americanas. Un hermano voraz, ambicioso y destructor. No es por acaso que el cantador venezolano Alí Primera trató de sentenciar el fin de la expresión "Tío Sam" aquí por nuestras tierras: "Yo no digo tío, Don Samuel, porque hermano de mi patria tú no eres".
El futuro
Y así camina Bolivia, acosada por los intereses extranjeros, por la aristocracia títere y vendida, por los negocios ocultos del imperio. Por otro lado, se levantan pueblos, gentes, seres, que creen que es posible cambiar la vida, girar el timón, mudar el rumbo. Estos son proyectos que entrarán en embate en las urnas el domingo 10 de agosto de 2008. Para los pobres, los originarios, los campesinos, las mujeres, los desvalidos, los marginados de la Bolivia real, será un día para recordar a Tupac Catari y su grito inolvidable, que hace eco hasta hoy por las veredas de la vida profunda: "Volveré, y será millones". Será la elección entre el falso-hermano del norte y la soberanía, entre Sam y Catari, entre la muerte y la vida. No será fácil, pero puede suceder que las gentes levanten la cabeza y se decidan a recuperar cosas bonitas y profundas que les legaron sus ancestros: cooperación, solidaridad, tierra comunal y riquezas repartidas. No hay duda de que el gobierno de Evo Morales comete errores, tiene problemas y deja de avanzar en cuestiones igualmente fundamentales. Pero está claro que hay un camino, que es nuevo que busca la soberanía. Un camino para construir, en comunión. Que venga, entonces, el día 10. ¡Y que sea bueno!
* Periodista en IELA