Editorial del semanario En Marcha
Durante años el extractivismo, es decir la explotación acelerada de los recursos naturales, ha sido el modelo de acumulación de capitales impulsado por el imperialismo y las clases dominantes criollas en nuestro país.
Lo han justificado presentándolo como la vía para el progreso y el desarrollo, situación que no ha ocurrido. De él se han beneficiado monopolios extranjeros y reducidos grupos oligárquicos nativos, mientras que en las regiones en las que se lo ha aplicado los efectos negativos en lo económico, social, ambiental están a la vista: la experiencia de cuarenta años de explotación petrolera habla por sí sola.
Esa herencia nefasta la asume ahora el gobierno de Rafael Correa. En estos días ha señalado que en su Gobierno se explotarán todos los recursos mineros del país, pese a la oposición que al respecto existe entre los pobladores de las zonas en las que se encuentran yacimientos de ese tipo. Para eso el Gobierno aprobó, meses atrás, una ley que abre las puertas al capital extranjero y violenta principios soberanos establecidos en la Constitución y, como resultado, la mineras extranjeras están asentándose en nuestro territorio.
En el sector petrolero la orientación es similar y el famoso proyecto ITT, vendido local e internacionalmente como ejemplo de preservación ambiental es, por el contrario, muestra de la intención gubernamental por saquear el hidrocarburo allí existente, por eso el gobierno dinamitó la iniciativa de conseguir recursos para preservar el petróleo bajo tierra y desarrolla proyectos para explotar el petróleo en algunas de sus partes.
El correismo sostiene como justificación que los ingresos provenientes de la extracción minera se invertirán en proyectos sociales, buscando crearse un hálito de supuesto progresismo; lo mismo dijeron los anteriores gobiernos de derecha.
En este campo, como en otros, se mira la incapacidad gubernamental para encontrar fuentes de ingresos sin afectar el ambiente, como provoca la extracción minera a gran escala y a cielo abierto.
El capitalismo es un sistema que destruye a sus dos fuentes de riqueza: al trabajador y a la naturaleza. Se precisa una adecuada simbiosis entre esta última y la sociedad para asegurar el progreso y bienestar de la humanidad así como su futuro. Las clases dominantes no es que no lo sepan, simplemente se desentienden en su afán de alcanzar el máximo de utilidades en el menor tiempo posible. Esa es la línea de conducta asumida por este gobierno.