Raúl Benítez Manaut* - Tomado de ALAI
La actual crisis de Honduras cumplió un mes desde que fue desterrado el presidente Zelaya y trasladado a Costa Rica. El golpe de Estado se consumó a través de una amplía coalición oligárquica que incluyó a empresarios, el Congreso, las élites políticas, incluyendo al Partido Liberal, al que pertenece Zelaya, la Suprema Corte de Justicia y a la cúpula militar, que fue la que consumó el golpe, y otros actores como la iglesia católica y otros poderes de facto como los medios de comunicación.
El respaldo al presidente Zelaya se ha reorganizado y trasladado al sector de los grupos populares organizados, donde sobresalen coaliciones sindicales, campesinas y estudiantiles. Destaca la movilización en protesta por el golpe, que se ha vuelto permanente, a pesar de los esfuerzos por su contención emprendidos por el gobierno de facto de Micheletti. Este es quizás el factor más importante de la crisis, que mantiene viva la posibilidad del regreso de Zelaya a su cargo como presidente constitucional y lo que ha impedido la estabilización de los golpistas. Lo que es notable en está crisis es el descrédito del joven sistema democrático, construido de forma lenta y accidentada desde 1982, y la muy rápida polarización del país. Esto es quizás lo que no va a lograr reconstruirse a pesar que se le encuentren soluciones a la crisis.
Honduras se volvió el epicentro de la geopolítica continental, y todos los actores casi sin excepciones se han expresado. Los organismos multilaterales, los gobiernos que tienen influencia, los grupos de países, como el ALBA, el Grupo de Río, el mecanismo de Concertación Diplomática de Tuxtla. Se ha expresado también el gobierno de Estados Unidos, y en ese país las fisuras entre demócratas y republicanos son notables. Han aparecido formas de expresión diplomáticas y políticas completamente novedosas en el caso de Honduras. El activo apoyo de un grupo de presidentes de América Latina, entre los que sobresalió el argentino, ecuatoriano, nicaragüense y venezolano, mediante intentos de aterrizajes forzosos en el aeropuerto de Tegucigalpa, de un avión con el mandatario. Luego los esfuerzos por ingresar por las fronteras terrestres, principalmente la de Nicaragua, dado el respaldo del presidente Daniel Ortega. Zelaya se volvió un presidente itinerante, que intenta ingresar a su país, respaldado por movilizaciones que todo el tiempo están en riesgo de ser reprimidas por el gobierno de Micheletti.
Los intentos de mediación y lograr una negociación entre las partes hasta la fecha han fracasado. A los golpistas no se les da opción, pues la condición es el regreso de Zelaya, y dada la imposibilidad de este planteamiento, el gobierno instalado en Tegucigalpa se ve por un lado acorralado desde el exterior, pero consolidándose en lo interno. Esta dándose un embargo político, diplomático y comercial que pretende desgastar a Micheletti por la vía del cierre de las fuentes de financiamiento y una cercana crisis de abasto petrolero, pues Venezuela obviamente le cortó abruptamente el suministro, y el gobierno no puede adquirir el energético en los mercados. También se ve cercana una crisis de abasto de alimentos y otros productos de primera necesidad y que, entonces, como es común en estas circunstancias, afloren los mercados negros, las piraterías, y la rapiña de los que siempre se benefician con estas tragedias.
El gobierno de Micheletti está acorralado. Geográficamente, sus tres vecinos tienen gobernantes de izquierda o moderados, a los cuáles la sombra, cercana o lejana, de maniobras oligárquicas y militares de desestabilización está muy presente. Estados Unidos le suspendió la ayuda militar hasta nuevo aviso, lo que pone en aprietos la capacidad operativa de las fuerzas armadas en el mediano plazo. Esto podría acelerar la aparición de fisuras en la institución castrense, y ya se habla de diferencias importantes, y hay rumores de que un sector de la milicia ve con simpatía los intentos de mediación iniciados por Costa Rica, bajo el llamado Plan Arias. Estados Unidos a su vez está dividido. Los republicanos abiertamente apoyan a Micheletti y critican la forma como Zelaya se fue acercando a Chávez y el ALBA, y los demócratas, por cuestiones de principio, señalan que hubo un golpe de Estado y que es un buen momento para mostrar al mundo que el presidente Obama se deslinda de la diplomacia del pasado, donde en muchos casos estaba detrás de este tipo de maniobras de desestabilización. Un detalle simbólico pero importante es que Estados Unidos está retirando visados de ingreso a funcionarios del gobierno de Micheletti, lo que obviamente es un mensaje que afecta la moral de los golpistas e impide su consolidación.
La ONU se ha visto muy discreta y le deja a la OEA el rol de gestor de esfuerzos de mediación. Las limitaciones de la OEA son muchas a pesar de la habilidad de su Secretario General, José Miguel Insulza, pues debe responder al conglomerado de 34 países que la integran (donde Honduras está suspendido temporalmente). Entre los gobernantes de América Latina hay un consenso básico de que se debe restaurar la constitucionalidad y de ser posible lograr el regreso de Zelaya, debido a que podría marcar un antecedente muy peligroso, pues está en riesgo lo alcanzado en términos de respeto a los procesos políticos democráticos. Un éxito de la diplomacia continental es que ningún gobierno ha reconocido a Micheletti. Ni los presidentes que se pudieran identificar con sus planteamientos o estar contra el ALBA lo respaldan. Esto no le augura futuro al gobierno de facto, pero no quiere decir que beneficia directamente a Zelaya.
A pesar de que al inicio de la crisis, por lo inédito de ésta, parecieron infructuosos los esfuerzos del Secretario General de la OEA y también del presidente Arias, se vuelve a replantear la forma como se puede lograr encontrar salidas por medio de la diplomacia. Micheletti ha expresado simpatías para que un gran diplomático uruguayo, Enrique Iglesias, sea un puente de comunicación. Esto se empezó a consolidar en la reunión del Mecanismo de Concertación de Tuxtla, que se celebró en San José el 29 de junio. Revivió el Plan Arias, que le da prioridad al adelanto de las elecciones y a lograr acuerdos para que estas sean el mecanismo que resuelva la disputa política entre los hondureños. El presidente Calderón de México se mostró como un abierto simpatizante de Oscar Arias, con el propósito de que no se dispersen los esfuerzos. En el caso de otros países, Venezuela parece echar leña al fuego, al declarar el 30 de junio congelada la relación con Colombia, como si el horno de la diplomacia y la geopolítica latinoamericana necesitara más gasolina. Este factor influye en cuanto abre un foco de conflicto y polariza la ya enfrentada diplomacia, donde el presidente Chávez es señalado por entregar armas a las FARC, con pruebas inobjetables presentadas por Colombia. Esto nulifica a Colombia y Venezuela como actores ante la crisis hondureña, pues deben intentar salir de éste atolladero. Un enigma es Cuba, Raúl Castro ha sido muy discreto y Fidel no ha hecho reflexiones periodísticas sustanciales sobre la crisis de Honduras. Pedir la restauración de la democracia no está en el lenguaje de los diplomáticos y políticos de la isla, pero efectivamente Zelaya fue un presidente aliado de Cuba mediante el ALBA.
Las salidas son inciertas. Los retrocesos notables. La regresión a las tensiones de los años ochenta pueden volver a Centroamérica un núcleo de desestabilización geopolítica. En aquellos años fracasaron muchos esfuerzos diplomáticos muy encomiables. Sólo hay que recordar los dos más notables, el trabajo del Grupo de Contadora y el proceso de paz de Esquipulas. Tuvo que correr mucha sangre para que los actores de la crisis se sentaran a negociar años después y que la ONU pacificara la región. Ojalá y no se repita la historia y que ambas partes, Zelaya y Micheletti, con lo que ambos representan, cedan y den paso a una solución. Zelaya tiene mucho de responsabilidad, al polarizar, de forma innecesaria y con la correlación de fuerzas en su contra, a la sociedad y la clase política. Forzar los cambios legales para la reelección en esas condiciones fue la gota que derramó la gasolina que enciende la pradera. Micheletti carga en sus hombros una burda maniobra que al final fue un golpe de Estado, de casi todos los poderes del Estado contra el poder ejecutivo constitucional. No se puede alegar constitucionalidad rompiendo la constitucionalidad. Está viendo día tras día como se lo recuerdan todos los presidentes del continente, desde Obama hasta Lula y Michele Bachelet. No lo van a dejar gobernar, aunque sea por unos meses.
Definitivamente la realización de las elecciones es una de las claves de la solución. Dejar en manos del pueblo hondureño quién debe gobernar el país debe ser el epicentro de la acción diplomática. Sin embargo, ¿quién va a organizar las elecciones?, ¿cómo se va a garantizar el libre juego político y la competencia con las condiciones actuales?, ¿cuál sería el rol de la comunidad internacional? Estas respuestas están en el aire. En el corto plazo, antes de noviembre, cuando se deben realizar los comicios, Micheletti y Zelaya deben reflexionar acerca de hasta dónde la cerrazón está llevando la situación al despeñadero. El regreso de Zelaya en las actuales condiciones es casi imposible. ¿con qué Congreso va a co-gobernar?, ¿a qué militares va a darle órdenes, si fueron golpistas? No tiene el apoyo de su partido, ni del clero, ni de los empresarios. No tiene el respaldo de la Corte Suprema de Justicia. Gobernar sólo con las “fuerzas populares” suena fantasioso en esas condiciones. Hugo Chávez lo hace apoyado en sus fuerzas armadas y los petrodólares. Zelaya no tiene ni lo uno ni lo otro, sólo recordemos que Honduras es uno de los países más pobres del continente.
Se deben reactivar las comunicaciones entre los de “adentro” y los de “afuera”; que otra vez el Plan Arias abra vetas de posibilidad; que mediadores como Iglesias hagan su trabajo, y que la OEA pueda recuperar capacidades. Si esto no resulta, se seguirá polarizando la situación y el fantasma de la violencia, ahora casi controlado, podría ser el paso siguiente. América Latina debe evitarlo a toda costa.
- Raúl Benítez Manaut, Investigador del Centro de Investigaciones sobre América del Norte. UNAM. México
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