Con despeñados lagos en los dedos y la piel renegrida por el sol, el pueblo hondureño persiste en su lucha de resistencia por veintiún largos días desde el 28 de junio. Esta épica sólo empieza a tener parangón con la Gran Huelga de 1954 cuando el país fue paralizado por los obreros de las bananeras. Pero en esta ocasión las cosas son distintas aunque el fondo sigue siendo el mismo. Las extenuantes caminatas y la incomodidad de las calles en pleno verano hacen de estas jornadas las más importantes de América Latina. En nuestro patio, en nuestras calles, en nuestras carreteras y en nuestras ciudades no sólo se juega el destino de Honduras, sino, de manera evidente, el destino democrático de América.
Las momias de la derecha asesina han despertado y ya empiezan a cobrar la sangre viva de nuestros pueblos en su afán de mantenerse con vida. Las organizaciones populares de América, Europa, Asia y África se han identificado solidariamente en esta coyuntura tan especial y todos los ojos del mundo miran la vergüenza de los sátrapas y la valentía y dignidad de los hondureños. Las fronteras de los pueblos hermanos de Nicaragua y El Salvador han sido cercadas por miles de trabajadores que también sufren la escena en que al pueblo hondureño le han arrebatado de las manos su camino a una democracia más activa y participativa.
La capital hondureña ha sido cerrada por una humilde pero enardecida multitud que cada día alimenta la esperanza de volver a encontrarse con su presidente. En la ciudad de San Pedro Sula, la Coordinación de la Resistencia Hondureña Contra el Golpe de Estado, no ha cejado en su inquebrantable afán movilizando las bases de las organizaciones populares y pobladores de los barrios más populosos. El objetivo claro es golpear a la industria y al comercio para cobrarles el golpe donde más les duele. El bloqueo persiste en toda la línea de la Carretera Panamericana que une a Tegucigalpa, San Pedro Sula y Puerto Cortés; lo mismo que San Pedro Sula con la salida occidental en el departamento de Ocotepeque.
A pesar del sacrificio de abandonar sus viviendas, sus pertenencias y esforzarse en jornadas completas de dos días ocupando la mayor parte del tiempo caminando y manteniendo plantones, mítines y asambleas de organización de los siguientes movimientos, lo que implica un agotamiento increíble; el Frente de Resistencia no manifiesta ningún cansancio moral. El crecimiento del movimiento y el desarrollo de una madurez e inteligencia para la acción organizada de enormes masas de población que funcionan como un solo cuerpo, llenan de expectativas a este novedoso e inédito proceso de transformación política en Honduras.
La consolidación de valores de identidad, solidaridad, lealtad, humildad y obediencia, auguran un creciente fortalecimiento. No obstante, el encuentro del presidente Manuel Zelaya con el pueblo en Resistencia parece ser el paso que definirá de manera irreversible esta lucha por la que todos estamos dispuestos a ofrendar lo único que nos queda: Nuestra vida.