Una de las sorpresas que nos ha deparado la “revolución de los jazmines” ha sido el enterarnos que el partido del derrocado presidente de Túnez, Zin el Abidin Ben Alí, era miembro de la Internacional Socialista. Después de escuchar hasta la saciedad, que el “Reagrupamiento Constitucional Democrático” era una organización corrupta, autoritaria y violenta, tal circunstancia es verdaderamente escandalosa, puesto que la dictadura impuesta a Túnez por dicha organización, duró 23 años, levantando un Estado policial que sometió a sus ciudadanos a todo tipo de represión.
Miguel León Prado es abogado. Profesor Investigador. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela.
En ese contexto, la posición de la Internacional Socialista, demostró que es una organización carente de toda mística, creatividad y consecuencia con los postulados que le dieron origen. Lo acontecido en Túnez, ha demostrado la profunda contradicción que impera en su seno, por la heterogeneidad de sus componentes y la falta de una línea clara y coherente en su conducción.
Es curioso que la Internacional Socialista no haya reaccionado frente a la situación de Túnez, hasta que se produjo la caída de Ben Alí. Y lo peor, es que tal decisión, se haya intentado tomar sin publicidad, sustentada en el argumento de que tal partido no responde a “los principios definitorios de la Internacional Socialista”. ¿Y eso se descubrió ahora? ¿Y que sucedió antes? La Internacional apoyó a ese régimen represor, violador de los derechos humanos, corrupto e intolerante con sus ciudadanos, violando lo más esencial de sus principios como organización.
Desde luego, los responsables actuales de la IS, no deben tener muy limpia su conciencia, cuando adoptaron esta decisión tan a última hora, y además intentando hacerlo en forma solapada, a espaldas de muchas opiniones de sus partidos miembros, que siempre condenaron al régimen derrocado. No existen argumentos en contrario para justificar tal actitud.
El doblez de posiciones que ha existido en el caso de Túnez, país al que casi todas las cancillerías occidentales presentaban, como un paradigma destacado de modernización y de orientación laica y moderada, es un ejemplo de la inexistencia de ética en las relaciones internacionales y en las formas de comunicación en su desarrollo. Es más, es una muestra que los principios solo quedan en la tinta y el papel. A la hora de su aplicación desaparecen por la preeminencia de los intereses de los países más poderosos. Pero ahora todo y todos han cambiado de la noche a la mañana. No sólo la Internacional Socialista. Esto demuestra un oportunismo y cinismo sin límites.
Es cierto, que a la Internacional Socialista, también pertenece otro partido tunecino de signo opositor y totalmente diferente –el “Foro para las Libertades y el Trabajo”–, pero esto no evita que la opinión pública mundial, se sienta perpleja, por el manejo ambivalente, ambiguo e inconsecuente de una organización mundial como la Internacional Socialista, que supone defiende los derechos humanos, la democracia, la libertad y los principios de justicia internacional. Una organización que, ante la actual crisis, debería tener un papel más activo y aportar referencias y propuestas que pudieran servir de orientación para los pueblos y las organizaciones sociales ubicada en el ámbito de la transformación y el progreso. Existe un doble estándar en su actuación en cada continente que la hace perder legitimidad ante el mundo.
Frente a esta “ausencia”, y ante todas las contradicciones que la acompañan, no deja de ser llamativo que los focos más activos desde los que actualmente se emiten análisis e ideas, sean instituciones como el Foro de Davos, así como algunos “think tanks” y grupos de comunicación, bien engrasados por los recursos de poderosos núcleos de poder económico. Más allá de las ideas que pueda tener cada cual, lo cierto es que un panorama como el actual no deja de ser auténticamente disparatado y desequilibrado. La Internacional Socialista evita el debate. Es más, se reúne para repetir en cada evento los mismos temas con otros contenidos sin ninguna propuesta inteligente y de transformación para el mundo del siglo XXI,
La dinámica de la Internacional Socialista –y su creciente desdibujamiento y desprestigio, se explica en gran parte, por las decisiones que se tomaron en su oportunidad, para intentar integrar en su seno a partidos y organizaciones de muy diversa clase y origen, algunas de ellas de muy dudoso carácter socialista, pensando que con ello, se daba vida a una mega organización del “progresismo” del “socialismo” y del “cambio”. De esta manera, una intención, que inicialmente podía ser positiva, de apertura al mundo africano, asiático y latinoamericano, acabó deviniendo en una confusión inoperante y sin sentido, que ha desnaturalizado sus propósitos fundacionales.
El ejemplo que hemos conocido en el caso de Túnez, debiera servir de acicate para un cambio profundo y de amplio alcance en la Internacional Socialista. Para ello sería importante, que algunos líderes socialdemócratas y socialistas, plantearan estas cuestiones con claridad, y de manera pública y sincera, abriendo la senda a una auténtica refundación de la Internacional. Si pronto, no se hace, es evidente que el debate internacional actual, quedará gravemente lastrado y desequilibrado, situación que terminará afectando a muchos partidos de orientación socialdemócratas y socialistas, que desde el aislamiento nacional, no podrán encontrar suficiente anclaje para planteamientos reformistas más genuinos en un mundo crecientemente globalizado.
Por ello, cuando más se la necesita, la ausencia de la Internacional Socialista es un auténtico desastre para todas las fuerzas que aspiran a un cambio social, a una profunda transformación del capitalismo mundial y a la construcción de una sociedad más justa, digna y equilibrada.
Los partidos integrantes de esta organización deben recobrar el espíritu fundacional con la cual en su momento fue concebida, adaptándolo a las nuevas condiciones imperantes en el siglo XXI, a objeto de reunir credibilidad y legitimidad entre la ciudadanía de cada continente.
Miguel León Prado es abogado. Profesor Investigador. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela.