“No son una revolución, sino un trastorno”
Por: Fernando Villavicencio V.
Dos mil cuatrocientas palmas agitaron el ambiente, cuando el Presidente Rafael Correa, cerró su informe a la nación, pidiendo amnistía para el gerente del neoliberalismo, prófugo de la justicia, Alberto Dahik. Tres años atrás ya lo hizo para su padre espiritual, Gustavo Noboa; simultáneamente, los tribunales de justicia controlados por él, levantaron la orden de prisión contra Jamil Mahuad, responsable del salvataje bancario, hoy profesor de ética económica en EEUU.
Cuando escuché amnistía me acordé de las creativas escenas de la democracia común, perdón, de la delincuencia común: la gresca callejera, el pueblo se arremolina, la policía llega, el cuento, el chisme, mientras a dos cuadras, los capos de la banda están asaltando la joyería.
La oposición boquiabierta y hasta algunos paisistas no salen del asombro, el pueblo anda enchufado al tema, mientras nadie se preocupa de los negociados, de la corrupción que ahoga al sector público y del gran asalto a las joyas de la corona.
Con la llegada de la democracia a inicios de la década de los ochenta, se estrenó la película el retorno de los muertos vivientes, en la cual salían de sus tumbas, olorosos seres descompuestos en busca de alimento; pese al maquillaje y a los efectos especiales, por cada grito de susto, la cinta provocaba un rosario de risas y en algunos casos la compasión del espectador.
Treinta años después, el Presidente Rafael Correa, inspirado en la aludida comedia de terror, con su bronco humor del siglo 21, acuñó la expresión “cadáver insepulto”, al ex Presidente Osvaldo Hurtado, homologando el término a los demás representantes de la denominada “partidocracia”, que han morado desde entonces en la morgue de la democracia, acusados de ser los creadores de la maloliente Teoría Económica Zombie (TEZ), más conocida en los cementerios occidentales como neoliberalismo.
Nadie logró escapar del fuego sentencioso de su verbo: Febres Cordero, Blasco Peñaherrera, Sixto Durán, Alberto Dahik, Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Fabián Alarcón, Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez, muertos de pelo alto y hasta muertos de medio pelo, todos bien muertos bajaron a la tumba a acompañar a Osvaldo Hurtado.
Cual orden de Thule, la revolución correísta levantó del sepulcro al Ché, para testimoniar el selló definitivo e histórico del sepulcro neoliberal, para que luego el legendario guerrillero, pueda morir por siempre, en paz.
Chávez hizo lo propio con Bolívar, pero se llevó una gran sorpresa al encontrar el cadáver del héroe antiimperialista, cobijado con la bandera del imperio británico.
Del Carchi al Macará, del Pacífico al Curaray, todos los géneros y todas las especies instruidas en las sabias lecciones del “Escolar Ecuatoriano”, festejaron el fin de la prehistoria, el guiño encantado del cambio, la Patria compartida en 14 milloncitos de pan.
Los tecnócratas jóvenes de la teoría zombie, jamás descendieron al mausoleo junto a sus progenitores, permanecieron al frente de los negocios del Estado, mutados en zurdos camaleones; aprendieron rápido “hasta siempre comandante”, siguieron cursos intensivos de socialismo para principiantes, en las escuelas de RIUS, PCE, PSE, MIR y demás cofradías buscapuestos.
Así, mientras duraba el efecto narcótico de la pócima revolucionaria, ellos ejecutaban eficientemente el proceso postergado durante décadas. Solo hay que repasar el manual del CONAM del gobierno de Sixto Durán Ballén, y podrán decir, trabajo cumplido. La diferencia es imperceptible, ahora en vez de “yankee go home”, se dice “chinese wellcome”.
El cuerpo del poder correista, donde se cuecen los grandes negocios: petróleo, electricidad, telecomunicaciones, aduanas, obra pública y los estelares mandos del Estado, se ha mantenido infestado de correligionarios de la pestífera partidocracia: parientes, amigos, amantes, afectos, socios, accionistas, áulicos y cortesanos del funeral populista y neoliberal de los últimos treinta años: y unos cuantos izquierdosos, decorando el marco teórico y tendiendo alfombra roja al paso de la corte.
El efecto de la morfina populista empieza a ceder, el sepulturero de la partidocracia, muta en profanador de tumbas, liberador de mortajas de los extintos lapidados, que se levantan como lázaros, a mirar, aprender y aplaudir la obra completa, pensada con la diestra y ejecutada con la siniestra, bien hecha, en nombre de todos, con equidad de género y derechos de la naturaleza, sin machismos y musicalizada con sonetos de la nueva trova en tercera edad.
En el siglo diecinueve el valeroso impugnador de tiranos, bogotano y alfarista, José María Vargas Vila, en su obra “La muerte del cóndor” pintó la tragedia de su pueblo en los rostros de los “cadáveres insepultos” eternizados en el ataúd de la historia. Los tiempos pasan pero a veces como que no pasan, se repiten crueles, con otros nombres, pero solemnemente infames, como nos recuerda Vargas Vila a la falaz revolución o regeneración de Núñez en Colombia: “No iluminan como los sabios; pero engañan como los farsantes. No son una revolución, sino un trastorno. Todo lo derriban, y no edifican nada. Es un pillaje, no un gobierno. No saben qué quieren, ni para dónde van. Aquello es: la locura de las medianías, la embriaguez de las nulidades, el desenfreno del crimen. Esta agrupación híbrida, que como un miasma pestilencial, se ha alzado de la corrupción de todos los partidos; esta avalancha de hombres de todos los bandos, que ha caído sobre la República, como esas invasiones de bárbaros, que todos los cuatro puntos del horizonte cayeron un día sobre Roma, ni es un partido, ni tiene bandera, ni obedece a principios, ¿De dónde ha surgido? De abajo, del fondo de todos los partidos. Hombres y tendencias, todo ha brotado de la sombra. Grupo genesíaco, en que todos han salido de la nada no sabiendo quiénes son, de dónde vienen, ni para dónde van.”