Subestimar y más aún limitar la acción política de las masas solo puede llevar al fracaso de un movimiento político-social; ese es el talón de Aquiles de la denominada “revolución ciudadana”, en la que figura de Rafael Correa cumple un rol determinante y, en su visión, hasta mesiánico.
El escenario político del país experimenta un ligero pero importante cambio: de una situación de arrinconamiento y carencia de iniciativa, la derecha hace esfuerzos por sobreponerse. Las concentraciones convocadas por Jaime Nebot y Carlos Vera en Guayaquil y Quito, respectivamente, son una demostración de ello; en el debate establecido a propósito de la aprobación de la Ley de Comunicación ya se observó –y se observa porque éste aún no culmina- la beligerancia con la que la derecha actúa.
De los pronunciamientos verbales, hasta estridentes, que algunos de sus exponentes han efectuado al interior de la Asamblea Nacional, ahora pasan al intento de construir una oposición callejera de masas. Esto no es casual ni un globo de ensayo, la derecha considera que es el momento propicio para este tipo de acciones, debido a que el rechazo al gobierno es superior al respaldo popular.
La oligarquía quiere pescar en medio del descontento social que crece como consecuencia del alejamiento de Correa al proyecto político inicial y de los errores cometidos en su gestión. Pesa ahora en el gobierno el distanciamiento por él propiciado de las organizaciones populares como la Conaie y las integrantes del Frente Popular, que, como hemos señalada en ocasiones anteriores, tienen una importante capacidad de movilización que podría rodear de respaldo al gobierno si éste fuera consecuente con el proyecto.
El propósito de la derecha -en esta etapa- sería acelerar el desgaste de Correa, proyectar figuras que jueguen el papel de líderes de la oposición, mostrar un frente de masas opositor y acumular para su provecho. Generalmente, la derecha ha repudiado la movilización de éstas como forma de expresión de su descontento y como mecanismo de presión, pero ahora la utilizan. Y lo señalamos en el término exacto de su significado: quieren aprovecharse de ellas.
La derecha intenta manipular a los sectores populares e incubar un movimiento reaccionario que desemboque en el restablecimiento de un régimen abiertamente neoliberal. Sabe que la fuerza de los movimientos político-sociales radica en la acción de las masas; aspecto que Rafael Correa no lo entiende o lo subestima. No de otra manera se explica su reiterado ataque a las organizaciones populares y a sus dirigentes.
Subestimar y más aún limitar la acción política de las masas solo puede llevar al fracaso de un movimiento político-social; ese es el talón de Aquiles de la denominada “revolución ciudadana”, en la que figura de Rafael Correa cumple un rol determinante y, en su visión, hasta mesiánico. No se trata de un error de apreciación táctica del gobierno, expresa su concepción respecto de la naturaleza y fines de su proyecto. El desarrollismo reformista que encarna la gestión gubernamental (funcional al sistema imperante) es un proyecto concebido para aplicarse desde “arriba”, en el que el protagonismo de las masas podría desbordar los propósitos y límites de la “revolución”.
La propuesta que desde las organizaciones populares y de izquierda se levanta reivindica el protagonismo popular en el proceso político, porque un proyecto liberador solo puede sostenerse en la acción y en la fuerza de las clases y capas trabajadoras. Es un proyecto que va más allá de lo que Correa plantea como objetivo final; en él no se apela a los pueblos circunstancialmente: éstos son la esencia y razón de ser del movimiento.
El escenario político del país experimenta un ligero pero importante cambio: de una situación de arrinconamiento y carencia de iniciativa, la derecha hace esfuerzos por sobreponerse. Las concentraciones convocadas por Jaime Nebot y Carlos Vera en Guayaquil y Quito, respectivamente, son una demostración de ello; en el debate establecido a propósito de la aprobación de la Ley de Comunicación ya se observó –y se observa porque éste aún no culmina- la beligerancia con la que la derecha actúa.
De los pronunciamientos verbales, hasta estridentes, que algunos de sus exponentes han efectuado al interior de la Asamblea Nacional, ahora pasan al intento de construir una oposición callejera de masas. Esto no es casual ni un globo de ensayo, la derecha considera que es el momento propicio para este tipo de acciones, debido a que el rechazo al gobierno es superior al respaldo popular.
La oligarquía quiere pescar en medio del descontento social que crece como consecuencia del alejamiento de Correa al proyecto político inicial y de los errores cometidos en su gestión. Pesa ahora en el gobierno el distanciamiento por él propiciado de las organizaciones populares como la Conaie y las integrantes del Frente Popular, que, como hemos señalada en ocasiones anteriores, tienen una importante capacidad de movilización que podría rodear de respaldo al gobierno si éste fuera consecuente con el proyecto.
El propósito de la derecha -en esta etapa- sería acelerar el desgaste de Correa, proyectar figuras que jueguen el papel de líderes de la oposición, mostrar un frente de masas opositor y acumular para su provecho. Generalmente, la derecha ha repudiado la movilización de éstas como forma de expresión de su descontento y como mecanismo de presión, pero ahora la utilizan. Y lo señalamos en el término exacto de su significado: quieren aprovecharse de ellas.
La derecha intenta manipular a los sectores populares e incubar un movimiento reaccionario que desemboque en el restablecimiento de un régimen abiertamente neoliberal. Sabe que la fuerza de los movimientos político-sociales radica en la acción de las masas; aspecto que Rafael Correa no lo entiende o lo subestima. No de otra manera se explica su reiterado ataque a las organizaciones populares y a sus dirigentes.
Subestimar y más aún limitar la acción política de las masas solo puede llevar al fracaso de un movimiento político-social; ese es el talón de Aquiles de la denominada “revolución ciudadana”, en la que figura de Rafael Correa cumple un rol determinante y, en su visión, hasta mesiánico. No se trata de un error de apreciación táctica del gobierno, expresa su concepción respecto de la naturaleza y fines de su proyecto. El desarrollismo reformista que encarna la gestión gubernamental (funcional al sistema imperante) es un proyecto concebido para aplicarse desde “arriba”, en el que el protagonismo de las masas podría desbordar los propósitos y límites de la “revolución”.
La propuesta que desde las organizaciones populares y de izquierda se levanta reivindica el protagonismo popular en el proceso político, porque un proyecto liberador solo puede sostenerse en la acción y en la fuerza de las clases y capas trabajadoras. Es un proyecto que va más allá de lo que Correa plantea como objetivo final; en él no se apela a los pueblos circunstancialmente: éstos son la esencia y razón de ser del movimiento.