Tomado del semanario En Marcha: http://204.93.178.102/~marcha/SPIP183/article.php3?id_article=4422
El accionar del movimiento popular ecuatoriano es rico en sus diversas manifestaciones de lucha: unas victoriosas, otras fallidas; no obstante unas y otras muy importantes porque alimentan de experiencia para nuevas batallas. Entre los tantos combates, que por cierto los historiados burgueses hacen todo lo posible por ocultarlos, está el levantamiento popular del 26 de mayo de 1971 en Tulcán.
El país vivía bajo el régimen dictatorial de José María Velasco Ibarra, viejo caudillo populista de la oligarquía que se ufanaba en decir que tenía el corazón en la izquierda pero que gobernaba con la derecha. Entre sus tantas medidas antipopulares, el Loco -como lo apodó el pueblo por la iracundia y exaltación con la que actuaba- decidió imponer un impuesto de dos sucres al cruce personal por la frontera, afectando con ello duramente a las personas dedicadas al pequeño comercio. Sabido es que los habitantes de la provincia del Carchi han tenido, por muchos años, a esa actividad como su principal sustento de vida.
La indignación devino en protesta abierta. El paro provincial fue convocado por una asamblea popular efectuada en Tulcán en la que las autoridades locales (prefecto y alcalde) no tuvieron otra alternativa que someterse. La amenaza de prisión y represalias contra los dirigentes de la protesta fue la primera respuesta de la dictadura; sin embargo, eso, sumado a la insatisfacción por el incumplimiento de obras en la vía Panamericana y en el aeropuerto, no hizo más que atizar el descontento popular.
El paro debió iniciar el día 26 de mayo, pero tras el fallido diálogo entre el Comité Pro-Intereses del Carchi y el dictador Velasco Ibarra, la paralización inició un día antes. Las autoridades locales pidieron “no oponer resistencia” a las fuerzas militares y policiales enviadas para apagar la protesta, pero el pueblo rebasó el pedido y te tomó la ciudad. En movilización fueron al Estanco de donde obtuvieron armas y municiones para ofrecer resistencia. Durante más de diez horas, el día 26, Tulcán fue escenario de una confrontación armada -aunque en evidente desigualdad de condiciones- entre el pueblo y las fuerzas represivas de la dictadura. El fuego y la sangre invadieron las calles de Tulcán, diez horas de la peor represión que ese pueblo ha conocido en su historia. El ataque vino por tierra y por aire; las mujeres, tendidas en la pista del aeropuerto, impidieron que aterrizara el avión en el iba el “loco Velasco”; los paracaidistas hicieron gala de salvajismo al reprimir; más de dos mil efectivos militares sitiaron la ciudad. Las autoridades locales, al igual que cientos de tulcaneños tuvieron que huir a Ipiales (Colombia), en donde su pueblo los recibió con muestras de solidaridad.
Las versiones oficiales hablaron de un saldo de nueve fallecidos: dos policías y siete civiles, decenas de heridos y detenidos. Entre estos muertos se encontraba nuestro camarada Miguel Pozo. Él era, en ese momento, dirigente del Comité Provincial de nuestro partido en esa provincia. Su convicción política, su temple revolucionario le llevaron a tomar las armas y luchar junto a su pueblo, hasta que un francotirador cegó su vida. Miguel, como todos los héroes de nuestro Partido, es un ejemplo de lo que estamos dispuestos hacer los comunistas por llevar a la victoria la lucha de nuestro pueblo.
Mas, la represión no doblegó el combate. Militarmente se impusieron las fuerzas el gobierno pero la paralización continuó. El desabastecimiento afectó a la ciudad y también a las fuerzas militares que tampoco podían conseguir víveres, en el mercado las mujeres se rehusaban atenderlos y no solo ello, les encaraban e insultaban por su acción por lo que los militares debían bajar la cabeza de vergüenza. Un nuevo motivo existía para la lucha: la libertad de los detenidos. Las autoridades locales quisieron convencer que con “buenos abogados” en pocos días se podría obtener su libertad, la repuesta fue unánime: deben ser puestos libres ¡ahora!
Con el paro en pie, la dictadura se vio obligada a que los presos regresen a su provincia y fueron recibidos con una gran movilización que inclusive contó con la presencia del pueblo de Ipiales (Colombia).
Velasco no tuvo más remedio que enviar a los Subsecretarios de Gobierno y Defensa para establecer un diálogo; el primero de junio regresaron los comisionados de Quito con los decretos que revertían el impuesto del cruce de la frontera y otras aspiraciones de la provincia. La rebeldía y dignidad de ese pueblo recorrió nuevamente las calles de Tulcán con un solo grito: ¡Con el Carchi no se juega!