El grado de aceptación que el actual gobierno tiene es otro de los tantos puntos en los que se marca la diferencia con los gobiernos anteriores. Al cabo de dos años, el gobierno ha roto el récord de aceptación a su gestión: inició con el setenta y tres por ciento y culmina con el 70%, mientras la credibilidad de la palabra del Presidente se movió del sesenta y ocho por ciento al sesenta y uno por ciento. En ambos casos niveles que ningún gobierno pudo sostener en veinte y cuatro meses de administración.
Eso se debe en lo fundamental a la correspondencia mantenida por Correa entre el discurso político y su gestión. En varios aspectos los sectores más empobrecidos han sentido el apoyo gubernamental para enfrentar problemas que los han acompañado durante años; la política asistencialista (bonos, subsidios, focos gratuitos...) que en algo alivia la vida diaria ha producido un sentimiento de agradecimiento hacia el gobierno, aunque ello no signifique necesariamente una adhesión política (consciente) al proyecto en curso. A su vez, Correa ha promovido una reforma política democrática que ha producido una adhesión de importantes sectores que durante años han aspirado y luchado por un cambio, configurando un contingente social que, en este caso sí, se adhiere a las posiciones gubernamentales desde visiones más claras.
Pero es evidente también que hay límites y errores en la gestión gubernamental. No son pocas las ocasiones en las que el Presidente anuncia una medida justa que, a la hora de su materialización o ejecución, se presenta incompleta o limitada. El tema de la deuda externa es un ejemplo: animó a todo el pueblo con el anuncio de no pagarla, pero ha manifestado la decisión de renegociar y recomprar un tramo de la misma.
También ha contrariado la naturaleza democrática y progresista del gobierno cuando ha reprimido la movilización popular o amenaza con intervenir y hasta dividir a las organizaciones populares como la UNE. Comportamientos estos que, sin duda, generan cierta resistencia en sectores populares y dan pábulo para que la derecha y el oportunismo ataquen al proyecto político en su conjunto.
Correa debe asumir la adopción de medidas más radicales, pasar de la acción asistencialista a una que ponga al centro la adopción de medias que conduzcan a la transformación social, que afecte íntegramente lo intereses de la burguesía y del capital extranjero; debe abandonar las manifestaciones de caudillismo y prepotencia para entender que el artífice del proceso de cambio no es él sino el pueblo ecuatoriano.