Confieso. Me gusta leer la biblia. Me parece un libro fantástico, casi que un gran reportaje sobre la historia de un pueblo. Es fascinante. Una de las historias de las que más me gustan es la del niño David venciendo al gigante Goliat. Asustado delante de un hombre grande, el ejército de Israel se acobarda en la guerra contra los filisteos. Sus hombres tiemblan y se paralizan. Hasta que un gurí, con una prosaica honda, se adelanta y dice: ¡voy a agarrar a ese bruto! Y así lo hace. Con la fuerza de su mano, tira una piedra en el medio de la cabeza del gigante y él cae. Más tarde, David se torna rey de aquel pueblo, que conoceremos como judío.
Hoy, viendo la televisión me pareció ver a Goliat. Ya no era filisteo. Había asumido la cara de aquel que lo venciera hace milenios. Allí estaba delante de las puertas de Gaza, con todo su poder. El gigante acosando a un pueblo indefenso. Tal como uno de aquellos monstruos de película japonesa, este Goliat avanza sobre los palestinos con uno de los más poderosos ejércitos de la tierra. Pasmada, oigo locutores hablando de los ataques de Hamas. Para William Bonner y los demás títeres de la media cortesana, quien está agrediendo es Palestina. “Un ataque más contra Israel”. Es así. Sería para reírse se no estuviésemos en un escenario de horror. El gobierno de Israel es el Goliat redivivo. Sabe de su poder y avanza, robando tierras, robando vidas. Revienta las cabezas de las mujeres, que cargan niños. Revienta niños, que buscan a las madres. Aniquila a la juventud palestina, esperando que esta gente se acabe. Destruye casas, deja almas en escombros.
Espero la acción de los gobernantes de la tierra. Espero el embargo, el bloqueo, y nada. Pienso en Cuba, embargada desde hace 50 años por querer ser libre. Contra la isla socialista la cosa funciona. Y este Goliat que babea sangre, ¿por qué no es detenido? ¿Por qué se callan las gentes? ¿Por qué gritan apenas los que no tienen poder? ¿Por qué se omiten los grandes de la tierra? ¿Cómo pueden permitir que esto prosiga?
En la pantalla de luz encuentro los ojos de un niño. Está impávido. No tiene miedo. En esta historia al revés él es David. Tiene una honda y una piedra. Sólo él puede para al gigante opresor. A su alrededor yacen los muertos, el rojo de la sangre encharca la tierra. Niños mutilados, hombres destrozados. Y él sigue de ojos brillantes. Ya no espero gobernantes, poderosos, grandes de la tierra. Yo siento ganas de uno de esos gurís palestinos que parecen “inmorribles”. Porque por lo que parece, cuantos más de ellos derriban, otros tantos se levantan.
Un día, en aquellas tierras, un gurí judío venció al filisteo, que no era otra cosa que la raíz de Palestina. Falastin. Pero, hoy, los gurís están del lado filisteo. La historia y sus vueltas. La samsara. Nosotros aquí gritamos, de lo alto de nuestra impotencia. Los grandes duermen. De ellos nada vendrá. Son ustedes, pequeños hijos de Palestina que, solitos, con sus piedras, han de vencer esta criminal ocupación que viene desde 1947. Ustedes están ahí muriendo, luchando. Y yo, tan lejos, aunque abomine la guerra, sólo puedo esperar que ustedes, tal cual aquel David, tengan buena puntería.
Traducción: Raúl Fitipaldi, de América Latina Palavra Viva.
Hoy, viendo la televisión me pareció ver a Goliat. Ya no era filisteo. Había asumido la cara de aquel que lo venciera hace milenios. Allí estaba delante de las puertas de Gaza, con todo su poder. El gigante acosando a un pueblo indefenso. Tal como uno de aquellos monstruos de película japonesa, este Goliat avanza sobre los palestinos con uno de los más poderosos ejércitos de la tierra. Pasmada, oigo locutores hablando de los ataques de Hamas. Para William Bonner y los demás títeres de la media cortesana, quien está agrediendo es Palestina. “Un ataque más contra Israel”. Es así. Sería para reírse se no estuviésemos en un escenario de horror. El gobierno de Israel es el Goliat redivivo. Sabe de su poder y avanza, robando tierras, robando vidas. Revienta las cabezas de las mujeres, que cargan niños. Revienta niños, que buscan a las madres. Aniquila a la juventud palestina, esperando que esta gente se acabe. Destruye casas, deja almas en escombros.
Espero la acción de los gobernantes de la tierra. Espero el embargo, el bloqueo, y nada. Pienso en Cuba, embargada desde hace 50 años por querer ser libre. Contra la isla socialista la cosa funciona. Y este Goliat que babea sangre, ¿por qué no es detenido? ¿Por qué se callan las gentes? ¿Por qué gritan apenas los que no tienen poder? ¿Por qué se omiten los grandes de la tierra? ¿Cómo pueden permitir que esto prosiga?
En la pantalla de luz encuentro los ojos de un niño. Está impávido. No tiene miedo. En esta historia al revés él es David. Tiene una honda y una piedra. Sólo él puede para al gigante opresor. A su alrededor yacen los muertos, el rojo de la sangre encharca la tierra. Niños mutilados, hombres destrozados. Y él sigue de ojos brillantes. Ya no espero gobernantes, poderosos, grandes de la tierra. Yo siento ganas de uno de esos gurís palestinos que parecen “inmorribles”. Porque por lo que parece, cuantos más de ellos derriban, otros tantos se levantan.
Un día, en aquellas tierras, un gurí judío venció al filisteo, que no era otra cosa que la raíz de Palestina. Falastin. Pero, hoy, los gurís están del lado filisteo. La historia y sus vueltas. La samsara. Nosotros aquí gritamos, de lo alto de nuestra impotencia. Los grandes duermen. De ellos nada vendrá. Son ustedes, pequeños hijos de Palestina que, solitos, con sus piedras, han de vencer esta criminal ocupación que viene desde 1947. Ustedes están ahí muriendo, luchando. Y yo, tan lejos, aunque abomine la guerra, sólo puedo esperar que ustedes, tal cual aquel David, tengan buena puntería.
Traducción: Raúl Fitipaldi, de América Latina Palavra Viva.