Por: Guido Proaño A.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, era dueño de una personalidad cínica y dominante, gustaba del protagonismo y era excesivamente temperamental. Su capacidad de manipulación era verdaderamente admirable… y despreciable. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial llegó a organizar funerales masivos de batallones que aún seguían peleando en el campo de batalla; los preparaba como verdaderos espectáculos para exacerbar ánimos, acrecentar odios y revanchismos, para jugar con los sentimientos del pueblo y mantenerlo junto al Führer.
De eso han pasado más de sesenta años, pero sus discípulos pululan por todas partes. Del equipo de comunicación del actual gobierno se dice que se guía mucho por los principios goebbelianos. “Si no puedes negar malas noticias –decía el mentado nazi fascista- , inventa otras que les distraigan” y a esa regla se ciñeron los publicistas de la “revolución ciudadana” durante los acontecimientos del 30 de septiembre pasado. Mala noticia para el gobierno fue conocer que la tropa de la Policía Nacional se declaraba en rebeldía frente al veto presidencial que, al igual que a todos los empleados públicos, afecta a ese sector. Días antes se movilizaron ya los maestros, los diversos estamentos universitarios, los profesionales de la salud, empleados de varias instituciones del estado, jubilados, etc. y todo indicaba que la protesta social tomaría más vuelo en rechazo a un conjunto de medidas y leyes antipopulares en las que elementos de neoliberalismo son más que evidentes.
Pero la protesta policial, aunque similar en la naturaleza de los planteamientos levantados por otros sectores, tuvo la particularidad de producirse al interior de una de las instituciones que cumplen el papel de sustento del Estado capitalista, tornándose por ello más peligrosa. Con habilidad y malicia política, la protesta que en un inicio –e inclusive días después del 30S- Correa y el gobierno la señalaron como minúscula y aislada, fue presentada como el intento de golpe de Estado, e inmediatamente se habló de secuestro al Presidente y hasta de intento de magnicidio. Así Correa pudo revertir la situación, retomar la iniciativa política y pasar a la ofensiva.
Con la infundada acusación la protesta fue desfigurada y el gobierno cubrió dos objetivos: aislar al movimiento y neutralizar la participación de otros sectores. En las primeras horas de esa mañana las manifestaciones populares de simpatía con el reclamo de los policías surgían en varios sitios; sin embargo, al presentarlo como un movimiento golpista las cosas cambiaron. Ese pueblo que durante años luchó en contra de la oligarquía entregada al imperialismo no podía permitir que sus enemigos lo utilicen para recuperar lo que habían perdido; razonamiento y comportamiento justos, aunque muy pocos en ese momento descubrieron que quien estaba manipulando al pueblo era el gobierno.
Un tercer objetivo, no menos importante, alcanzó el gobierno con su maniobra política: el respaldo a nivel internacional. Los pronunciamientos de solidaridad vinieron de todo lado, Obama y Chávez, Sarkozy y Morales, la OEA y la UNASUR condenaron casi simultáneamente el “intento de golpe de Estado”. La propaganda gubernamental había dado los resultados esperados, el discurso oficial fue convincente.
No obstante, lo conseguido no era suficiente; la trama creada no podía culminar sin un final dramático, de lo contrario la veracidad del discurso gubernamental quedaría en entredicho. Para que no haya dudas al respecto, el “rescate” al Presidente debía ser en medio de una acción violenta y peligrosa, pues, debía afirmarse la idea de que se derrotó a una fuerza poderosa y peligrosa. Y así se lo hizo, las fuerzas militares entraron a arrasar, sin importar que el campo de batalla fuera un hospital.
Pero cosa extraña, mientras el discurso oficial gritaba que la democracia estaba en riesgo, que inclusive la vida del Presidente corría serio peligro, en Carondelet el equipo de propaganda estaba preocupado de otras cosas: de colocar una pantalla gigante en la Plaza de la Independencia, probaba el funcionamiento de los equipos de sonido, se aseguraba que las cámaras de tv capten las imágenes precisas para que nadie se pierda el espectacular “rescate” a Correa... ¿En dónde leí respecto de la manipulación del sentimiento de las masas?
Durante todo el día Rafael Correa fue victimizado. “Quieren asesinarlo”; “lo tienen secuestrado”; “hay una conspiración en marcha”… repitieron una y otra vez durante la cadena nacional obligatoria e indefinida; pero en la noche, sobre los cadáveres de ocho ecuatorianos y las heridas de cerca de trescientos compatriotas surge la imagen del héroe, del Presidente valiente. Las balas y los lesionados seguían cayendo en los alrededores del Hospital de la Policía mientras Correa ya hablaba al público desde los balcones del palacio. Pero… ¿la misión no culminaba con el “rescate”?
El mensaje de todo esto fue claro: quien proteste será aplastado. Algo de eso ya ha vivido el pueblo en estos años. En Dayuma se inauguró esa política de terror, se la ha aplicado en contra de los maestros, indígenas, pequeños mineros, campesinos, estudiantes. Bosco Wisuma fue la primera víctima mortal y hay más de un centenar de dirigentes populares y activistas políticos acusados de acción terrorista, procesos no vividos en el país en ninguno de los gobiernos anteriores, incluyendo al de León Febres Cordero. Pero el gobierno de la “revolución ciudadana” tiene que diferenciarse de todos ellos y por eso ha criminalizado la protesta popular.
Ciertamente Correa dominó un movimiento de protesta, no un golpe de Estado; derrotó a los policías alzados, pero no al movimiento popular. Recordemos que el paro del magisterio y el levantamiento indígena de hace un año hicieron retroceder en algunas de las pretensiones antipopulares del gobierno, evidenciando la capacidad que tiene la acción unida de las masas.
Como parte de la criminalización de la protesta popular y con la intensión de minar la influencia política de organizaciones de izquierda como el MPD, Pachakutik, la CONAIE y las integrantes del Frente Popular el gobierno las califica de golpistas y aliadas de la derecha. Es la continuación del ataque constante que se observa desde meses atrás, seguramente porque esas han denunciado y combatido la derechización del gobierno.
Envalentonado como está, el gobierno muestra en su discurso la intensión de afirmar su carácter autoritario y antidemocrático a pesar de que el 30 de septiembre se escuchó, desde diversos lados, la necesidad de que este gobierno aprenda a escuchar y a dialogar con el pueblo y que algunos funcionarios también hablen de abrir un diálogo. La democracia en el país está mellada –por decir lo menos-, y no por acción del levantamiento policial o de las protestas populares, sino por acción directa de Correa y sus levantamanos de la Asamblea Nacional que pisotean los principios democráticos contenidos en la nueva Constitución. El gobierno no encarna la democracia, o dicho de otra manera, gobierno constitucional no es sinónimo de democracia auténtica, ésta existe cuando los derechos del pueblo se respetan y promueven, cuando los funcionarios gubernamentales cumplen con la condición de mandatarios (poseedores de un mandato entregado por el pueblo) y no de mandamás; la democracia vive cuando el pueblo tiene trabajo y salarios dignos, no cuando es forzado a vivir de la caridad; hay democracia cuando se respeta la dignidad de las personas, no cuando se las insulta y veja desde la “majestad del poder”.
Correa no solo se siente fuerte, en la concentración gobiernista del 15 de octubre dijo ser poseedor de “protección divina” y, en consecuencia, por ello salió victorioso. La vieja artimaña del bien contra el mal utilizada en épocas medievales aparece hoy, la misma a la que invocó George Bush cuando declaró la guerra infinita contra el terrorismo tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y en un lenguaje mesiánico aseguraba que “dios no es neutral”. Los Bush (padre e hijo) apelaban a la protección divina (under God) para imponer su política interna y externa. De sentirse investido de protección divina a creerse representante directo de una divinidad hay poca distancia, los reyes de la Europa feudal así se consideraban y ese mesianismo ronda por Carondelet.
Con todo ello los problemas para Correa son grandes, a medida que el proceso político avanza las contradicciones en las declaraciones de altos funcionarios gubernamentales alimentan la duda e incredulidad en que realmente hubo intento de golpe, hay un institucionalidad resquebrajada, un movimiento popular que cada día se desencanta más del gobierno y asume el camino de la protesta. El gobierno no puede sostenerse en base a la amenaza y presión al pueblo.
El Presidente Correa debe entender que este pueblo es inteligente y se hace muchas preguntas como las siguientes y que esperan respuesta: ¿Por qué mientras Chávez y Evo Morales acusan del golpe de Estado al imperialismo, el gobierno se apresuró a decir que los EEUU nada tienen que ver en eso? ¿Por qué en su discurso del 15 de octubre comparó la crisis del 30 de septiembre con el levantamiento popular de derrocó a Jamil Mahuad? ¿Significa entonces que Mahuad fue víctima de una conspiración de la derecha y el imperialismo? ¿Quiere decir eso que el Presidente Correa condena ese levantamiento popular? ¿Será por eso que el gobierno levantó la orden de prisión contra Mahuad, responsable del feriado bancario de 1999? ¿Por qué si el gobierno dice que es de izquierda pide la amnistía de Alberto Dahik, contumaz defensor e impulsador del neoliberalismo cuando fue Ministro de Finanzas y Vicepresidente de la República? ¿Por qué, de lo que se conoce hasta el momento, todos los fallecidos la noche del 30S se deben a proyectiles disparados por el Ejército y el presidente acusa a la Policía? ¿Por qué, cuando Hillary Clinton estuvo en el país, Correa dijo que no era ni antiimperialista ni anticapitalista? ¿Es posible ser revolucionario y socialista sin estar en contra del capitalismo y el imperialismo?