Edición 1507 - 4 octubre 2010
Tras la crisis del 30 de septiembre pasado el Ecuador no es el mismo. Esos acontecimientos dejan una huella profunda e incidirán, inevitablemente, en el futuro comportamiento político del gobierno, del movimiento popular ecuatoriano, de la oposición de derecha y más actores sociales y políticos del país.
La polarización política es una de las secuelas: los más entusiastas partidarios de Correa se afirman y cierran filas alrededor de su líder, por una parte, mientras la credibilidad de la palabra del Presidente se pone en duda en sectores cada vez más vastos. A quienes hace rato perdieron la confianza en Correa se suman hoy los miembros de la tropa policial con sus respectivas familias (profundamente resentidos por la forma brutal como fueron tratados y reprimidos), pero también la tropa del ejército afectada, igualmente, por el veto a la ley de Servicio Público.
La institucionalidad del Estado también sale afectada. No es sencillo que, por acción del Presidente, se haya producido una confrontación armada entre efectivos policiales y del ejército. Esas instituciones, llamadas a garantizar la estabilidad del Estado burgués, experimentan problemas internos, pugnas entre sí, desconfianzas en su interior, desmoralización, distanciamiento con el jefe de Estado, en este último aspecto en el caso de la Policía Nacional. La Asamblea, así mismo, se encuentra muy disminuida en popularidad y aceptación por el contenido de las leyes aprobadas, que han motivado la movilización social de estos días. El ejecutivo, de la misma manera, también sale golpeado por todos estos acontecimientos, pues, los elementos antes citados lo afectan de manera directa, pero además la desconfianza popular sobre este crece.
No obstante Rafael Correa sorteó con éxito este, el peor momento de lo que va su gobierno, en perspectiva las cosas se le tornan más complejas y negativas. Ha afirmado su perfil autoritario en la solución de la crisis, pero eso no le garantiza que el descontento social deje de manifestarse en protestas abiertas. La revuelta policial es una expresión de qué ocurre en el tejido social ecuatoriano, de cómo piensan resolver los problemas los sectores que se sienten afectados por una política que cada vez está más cercana a la que aplicaron los gobiernos neoliberales durante casi tres décadas. Ah, pero con dos ingredientes adicionales: un desembozado autoritarismo y fuertes dosis de populismo.