Chantaje y separatismo van de la mano en el discurso de Jaime Nebot. Nada nuevo en la práctica política del maltrecho Partido Social Cristiano que se considera amo y señor del presente y del futuro de la ciudad de Guayaquil.
Su altisonante y prepotente discurso, igual al que en su momento utilizaba el ahora silenciado León Febres Cordero, resulta reiterativo en la arena política. Cada vez que el socialcristianismo constata que su influencia y proyecto políticos se encuentran mellados o amenazados acude al chouvinismo, al manoseado guayaquileñismo, al nefasto regionalismo para poner a los habitantes del puerto en el plano de víctimas de una inexistente embestida general en contra de su bienestar y progreso. Por supuesto, en momentos ha cosechado frutos y ha podido confundir a determinados sectores de la población.
Poco tiempo atrás principalizó el discurso de la descentralización autonómica que, en esencia, planteaba la constitución de Guayaquil como Estado aparte, separado de la estructura de nuestro país. Con ello buscaba afirmar al PSC como fuerza política dominante en dicha provincia, pero también endosar para la burguesía local un aparato administrativo-estatal que garantice la acumulación capitalista para su provecho exclusivo.
Hoy chantajea a los habitantes de Guayaquil con abandonar la administración municipal en caso de que el Sí se imponga en el puerto. Más aún, advierte que no respetará los resultados si son favorables al Sí. Es decir, el chantaje y el separatismo están presentes como instrumento de campaña de la derecha socialcristiana.
La fuerte inversión de la alcaldía guayaquileña en los grandes medios de comunicación y los nexos directos de la burguesía con éstos han construido la imagen de una administración municipal que ha transformado por completo a la ciudad, cuando en realidad las más importantes inversiones no han sido orientadas para satisfacer las necesidades básicas de los pobladores de los barrios populares. En casi dos décadas de administración municipal socialcristiana los problemas sociales se han agudizado: amplias zonas sin agua potable, calles polvorientas en verano y lodosas en invierno, barrios sin acceso vehicular es la imagen que Nebot y la gran prensa ocultan; en la otra cara de la medalla, una empresa privada que obtiene millonarias ganancias con el negocio del agua, el alcantarillado, el aeropuerto, el terminal terrestre. Los miles de habitantes de las zonas pobres esperan que llegue el fin de la administración socialcristiana, con la esperanza de ser atendidos en sus necesidades.
La prepotente oligarquía guayaquileña se equivoca si cree que con chantaje y miedo impedirá que el pueblo guayaquileño ratifique su anhelo de cambio en el referéndum del 28 de septiembre. Guayaquil no es de Nebot ni de las cámaras de empresarios, ni su espíritu rebelde está representado por los estudiantes de la universidad Católica; la rebeldía del pueblo guayaquileño está representada en la huelga del 15 de noviembre de 1922, en el levantamiento de mayo del 44, en la lucha de los estudiantes masacrados en la casona universitaria en mayo del 69, y en los cientos de combates y acciones de los trabajadores, de la juventud, de los hombres y mujeres que luchan a diario para poner fin a la dominación de la oligarquía.