Si usted ha resuelto votar SÍ, no solamente que ha decidido respaldar la vigencia de un texto constitucional, expresa también un compromiso con el cambio, y esto significa que está de acuerdo con participar en los asuntos del Estado, porque ese es, precisamente, uno de los fundamentos sobre el cual se basa el nuevo régimen constitucional propuesto para referéndum (el título cuarto del proyecto, sobre participación y organización del poder, así lo establece).
En el Ecuador se ha producido un fenómeno que ya es la regla en toda la región: la gente discute de política de manera cotidiana, pelea no solo por reivindicaciones parciales, sino por derechos a largo plazo, ha despertado de ese gran letargo que le causó la embestida neoliberal y busca participar en la consecución de un cambio. Y el proyecto de nueva Constitución solo refleja ese nuevo momento que se vive en América Latina.
Este hecho, como es obvio, tiene su correlato en la acción cada vez más violenta de la oligarquía, que al ver amenazados sus privilegios recurre a esas viejas prácticas de infundir miedo en la población acerca del comunismo: le dice a la gente que si apoya la nueva Constitución se le llevarán su vaquita, su terrenito, su taxi, que se afectará la moral de la familia pues habrá matrimonio entre hombres, que reinará el autoritarismo, que ase afectará la libertad... No sería raro que, tal como ocurría en los años 60, comiencen a estallar bombas en las puertas de las iglesias, y que se atribuya estos actos a los comunistas.
La oligarquía entiende que a esta nueva realidad de masas populares activas hay que oponer también masas que enarbolen las tesis de la derecha, y en ese propósito trabaja. Espera convertir a Guayaquil en su reducto, y seguir las pautas separatistas y conspiradoras que el imperialismo ha trazado en Bolivia, Venezuela y en todo el mundo.
Pero más allá de esa campaña del miedo que ha impulsado la derecha, y de sus acciones desestabilizadoras, hay que destacar que el debate se ha tornado esencialmente ideológico, algo que durante el neoliberalismo era impensable: la oligarquía, ya sea a través de sus voceros más viejos, o de los que están en formación, defiende sus propias concepciones sobre trabajo, libertad, democracia, justicia, etc.
Aterrados, gritan que el Estado no tiene por qué quitarles sus propiedades, que han sido obtenidas, según dicen, “con mucho trabajo”, para entregárselas a otros. Su interpretación del nuevo texto constitucional es que el Estado se llevará la mitad de lo que producen con sus empresas, lo cual no es cierto, ya que sobre la propiedad las cosas, en esencia, siguen como estaban en la Constitución de 1998. A lo que se oponen en realidad es a rendir cuentas acerca de sus negocios, a pagar los impuestos que siempre han evadido, a contribuir en el desarrollo nacional.
Según ellos, trabajo es haber vivido todo el tiempo del trabajo ajeno, de cientos, miles y millones de obreros y campesinos. Les aterra pensar que esa idea de trabajo cambie, y algún día se vean forzados a tomar un azadón si son agricultores, o a ponerse un overol si son industriales.
Para ellos no hay dios más sublime que la propiedad privada sobre los medios de producción, ni siquiera el que monseñor Antonio Arregui evoca en sus misas campales. Redistribuir las tierras entre los campesinos que la trabajan es impensable, repartir de forma equitativa la riqueza del país, ¡una locura!
La libertad, para ellos, es la posibilidad de acumular riqueza con la explotación a los trabajadores y de tener campo abierto para aplastar a los más débiles. Según dicen, ahora vivimos bien porque usted “es libre” de comprarse una casa en la playa o una posilga en los suburbios, si tiene dinero o no es otro problema. Hay libertad, dicen, porque usted puede ganar dinero con lo que sea, si embotella líquido vital y lo vende, o si se dedica a la pornografía, o si arma espectáculos circenses y los vende por reales en la televisión. No hay límite para esa libertad. Usted es libre sin importarle el resto, es libre por usted y para usted.
Para los trabajadores y los pueblos, en cambio, ese concepto es diametralmente opuesto. Usted solo puede ser libre si los demás son libres, es decir, si las causas para la inequidad se eliminan y si las fuerzas productivas de la sociedad materializan la esencia humana: el trabajo, en una relación racional con la naturaleza y en igualdad social.