Hurgando textos que en ocasiones se los archiva por el interés que tienen, pero que la premura del tiempo nos lleva al autoengaño de decirnos que “luego los leeré”, encontré uno que habla del poder paralizante del miedo. De su lectura concluí la pertinencia para explicar ciertos quehaceres políticos del país.
Su autor, Eduardo Ferreyra, apoyándose en el pensamiento de expertos, advierte cómo el miedo es capaz de ejercer una función paralizante sobre los mecanismos cerebrales de los animales, y dentro de ellos del ser humano. Miedo tenemos todos, aun aquellos que dicen no sentirlo por nada (¿se acuerdan de León Febres Cordero cuando decía no ahuevarse de nada?, ¿y se acuerdan cuando lloró en Taura?); pero no todos hemos llegado a ese nivel conocido como miedo paralizante, producido a consecuencia de una situación de peligro inventada por el pensamiento (aunque esa situación podría ocurrir en algún momento, sin embargo no está en el presente). En otras palabras, la imaginación alimenta el miedo.
El temor, el miedo forman parte de la esencia del ser humano, y por lo general tienen un carácter irracional y se alimentan del desconocimiento, por ende, potencialmente son susceptibles de manipulación. Es posible construirlos deliberadamente desfigurando realidades, hechos, noticias, conceptos para crear psicosis en la población y justificar acciones. Aquí y a nivel internacional ha ocurrido así en innumerables ocasiones: Bush dividió al mundo entre el bien y el mal; demonizó a Bin Laden y Saddam Hussein para justificar las invasiones a Afganistán e Irak, y lo hace ahora con Chávez para excusar una intervención en Venezuela.
En nuestro país, la campaña de la oligarquía (en la que se mueven las manos del imperialismo yanqui) se apoya también en este recurso. Un discurso apocalíptico que procura sembrar miedo en la población ante los cambios que traería la aprobación de la nueva Constitución está en curso. Advierten los banqueros, empresarios y las cúpulas de las Iglesias que, de ganar el Sí, la economía del país se irá a pique y llegaría a su fin la dolarización; el desempleo atrapará a miles de ecuatorianos y la inflación resultará imposible de controlar; la familia será destruida y se reeditará algo parecido a Sodoma y Gomorra; todo tipo de propiedad será confiscada y los ingresos de todas las personas serán captados por el gobierno en el cincuenta por ciento; la democracia representativa llegaría a su fin a consecuencia de un autoritarismo que asumirá la forma de dictadura. La inventiva de la burguesía, en este caso, resulta verdaderamente prolífica.
Nebot, que hace esfuerzos para aparentar un accionar individual sin conexión con el conjunto de fuerzas políticas de derecha, repite todo lo anterior y amenaza con la secesión territorial. ‘Si gana el Sí en el país yo no tengo por qué reconocer la nueva Constitución; si gana el No en Guayaquil, tampoco puedo reconocerla’, dice el alcalde de Guayaquil. Ahora mete miedo a la población con su renuncia si en su ciudad pierde el No.
La burguesía actúa en pro de crear un miedo paralizante para frenar el impulso que nuestro pueblo ha dado a un proceso de transformaciones en el país, que podría avanzar y ampliarse con la nueva Constitución. No hay que temer al cambio, sobre todo si éste es progresista como el que está en curso.
Algo de razón tiene el discurso apocalíptico de la burguesía, porque se aproxima el fin de una parte de sus privilegios.