Editorial del semanario En Marcha
Se han cumplido siete años del atentado a las Torres Gemelas, en Manhatan – Estados Unidos, en el que según versiones oficiales murieron alrededor de tres mil personas de diversas nacionalidades. Siete años después Bin Laden sigue libre, a pesar de que sobre él se lanzaron poderosas fuerzas militares que no pudieron atraparlo, pero sí tomar posesión de Afganistán.
El ataque del 11 de septiembre de 2001 fue aprovechado por el imperialismo para desatar una nueva ofensiva político-militar en contra de los pueblos, pretextando el combate a un supuesto terrorismo internacional. Bush y su clan articularon y pusieron en movimiento un discurso y un plan para afirmarse como la principal potencia imperialista en el mundo; su mensaje estuvo dirigido hacia todos los pueblos del planeta, pero también hacia las otras potencias imperialistas. Su contenido fue claro: Aquí mando yo y actúo como me dé la gana.
El unilateralismo en las organizaciones internacionales fue reinaugurado. Tras invadir Afganistán fue sobre Irak, no obstante la oposición del Consejo de Seguridad de la ONU. Oposición por cierto surgida de las pugnas interimperialistas existentes, y no por solidaridad con un pueblo hambriento que enfrentaba a un régimen dictatorial.
Bush supo aprovechar aquel atentado para unificar a la burguesía internacional en un discurso archireaccionario. Los imperialistas pudieron convencer a importantes sectores de la población mundial de la presencia y el peligro del “terrorismo internacional”, convirtiendo a la guerra en su contra como política oficial en muchos gobiernos en el mundo. En nuestra región Colombia es un ejemplo de ello.
Las humeantes Torres Gemelas sirvieron de pista de despegue de los bombarderos que asesinaron miles de hombres y mujeres inocentes en Afganistán e Irak, y a cuenta de aquellas los monopolios estadounidenses ahora explotan el gas, el petróleo y otras riquezas de esos países, amén que la Casa Blanca posee ahora territorios militarmente estratégicos para sus planes de dominio planetario.
Pero si el imperialismo pensó que el temor doblegaría a los pueblos, se equivocó. En estos años y contexto se incubó el movimiento de masas a nivel mundial más importante en varias décadas (el movimiento en contra de la guerra), en el que las posiciones antiimperialistas tomaron cuerpo y se mostraron con nitidez. El imperialismo, particularmente estadounidense, ha sido duramente golpeado en el plano político por la respuesta dada al atentado del 11 de septiembre de 2001. Su desprestigio es evidente y sus dificultades son mayores en estos momentos por la grave crisis que sacude a su economía.
Particularmente en América Latina el imperialismo yanqui tiene muchos problemas. En varios países sus sirvientes han sido derrotados en lides electorales y echados del gobierno, produciéndose un cambio en la correlación de fuerzas sociales y políticas, en la que las posiciones democráticas, progresistas y de izquierda tienen la iniciativa. Esto expresa que el discurso del miedo no le dio resultado.
Se han cumplido siete años del atentado a las Torres Gemelas, en Manhatan – Estados Unidos, en el que según versiones oficiales murieron alrededor de tres mil personas de diversas nacionalidades. Siete años después Bin Laden sigue libre, a pesar de que sobre él se lanzaron poderosas fuerzas militares que no pudieron atraparlo, pero sí tomar posesión de Afganistán.
El ataque del 11 de septiembre de 2001 fue aprovechado por el imperialismo para desatar una nueva ofensiva político-militar en contra de los pueblos, pretextando el combate a un supuesto terrorismo internacional. Bush y su clan articularon y pusieron en movimiento un discurso y un plan para afirmarse como la principal potencia imperialista en el mundo; su mensaje estuvo dirigido hacia todos los pueblos del planeta, pero también hacia las otras potencias imperialistas. Su contenido fue claro: Aquí mando yo y actúo como me dé la gana.
El unilateralismo en las organizaciones internacionales fue reinaugurado. Tras invadir Afganistán fue sobre Irak, no obstante la oposición del Consejo de Seguridad de la ONU. Oposición por cierto surgida de las pugnas interimperialistas existentes, y no por solidaridad con un pueblo hambriento que enfrentaba a un régimen dictatorial.
Bush supo aprovechar aquel atentado para unificar a la burguesía internacional en un discurso archireaccionario. Los imperialistas pudieron convencer a importantes sectores de la población mundial de la presencia y el peligro del “terrorismo internacional”, convirtiendo a la guerra en su contra como política oficial en muchos gobiernos en el mundo. En nuestra región Colombia es un ejemplo de ello.
Las humeantes Torres Gemelas sirvieron de pista de despegue de los bombarderos que asesinaron miles de hombres y mujeres inocentes en Afganistán e Irak, y a cuenta de aquellas los monopolios estadounidenses ahora explotan el gas, el petróleo y otras riquezas de esos países, amén que la Casa Blanca posee ahora territorios militarmente estratégicos para sus planes de dominio planetario.
Pero si el imperialismo pensó que el temor doblegaría a los pueblos, se equivocó. En estos años y contexto se incubó el movimiento de masas a nivel mundial más importante en varias décadas (el movimiento en contra de la guerra), en el que las posiciones antiimperialistas tomaron cuerpo y se mostraron con nitidez. El imperialismo, particularmente estadounidense, ha sido duramente golpeado en el plano político por la respuesta dada al atentado del 11 de septiembre de 2001. Su desprestigio es evidente y sus dificultades son mayores en estos momentos por la grave crisis que sacude a su economía.
Particularmente en América Latina el imperialismo yanqui tiene muchos problemas. En varios países sus sirvientes han sido derrotados en lides electorales y echados del gobierno, produciéndose un cambio en la correlación de fuerzas sociales y políticas, en la que las posiciones democráticas, progresistas y de izquierda tienen la iniciativa. Esto expresa que el discurso del miedo no le dio resultado.